Me vi obligado a releer la noticia. Una alta funcionaria de educación de una comunidad autónoma de por aquí, defendía en unas declaraciones el derecho a la ignorancia. Resumidamente: el “derecho” de un niño a no querer estudiar. Aunque se refería específicamente a los niños de inmigrantes ilegales y otros de etnia gitana. Entre otras cosas afirmó: el que ha cruzado en patera [balsa] no ha venido a estudiar 3º de ESO [Educación Secundaria Obligatoria]. Además, a mí me crea un conflicto en clase porque ese niño no quiere estar ahí, añadiendo luego: Algo parecido ocurre con los gitanos. El niño lo que quiere es ir con su padre con la fregoneta [furgoneta, vehículo de reparto] al mercado a vender fruta.
Obviamente, no voy a entrar en el análisis de la política educativa interna. Sólo me limitaré a comentarles la reflexión-reflejo que me vino a la cabeza, que no fue otra que la de los países del tercer mundo; donde nos hemos acostumbrado a ver la ignorancia como un derecho y también cómo un deber.
Siempre me sorprendió descubrir, como un alto porcentaje de la deserción escolar durante mi infancia, estaba claramente identificaba en la propia voluntad de mis compañeros. Muchachos hijos de campesinos que no le veían -con razón- utilidad alguna a la Historia del Arte y mucho menos a los polinomios y sucumbían antes de las vacaciones de diciembre a las tentaciones de lo tangible. Esto, sin la menor resistencia de sus padres. De hecho, escuchaba las mismas declaraciones: Y que voy a hacer si el muchacho no me quiere estudiar. Aunque también he de admitir haber escuchado frases de contención, de boca de padres responsables, dignas de aparecer en una antología sarcástica: Yo te traje a este mundo y yo te puedo sacar de él si no te gradúas de bachiller. ¿Está claro?
Lo cierto es que el grave problema de la pobreza endémica de los países del tercer mundo, es que somos un pez social que se muerde la cola. ¿Quién convence a un padre, -mejor madre, que nuestra pobreza es matriarcal- que el estudio puede mejorar el futuro de su hijo? ¿Cuáles son los ejemplos a los que puede recurrir en su argumentación? ¿Cómo se convence a sí mismo, que el bienestar está en que su hijo sepa de fracciones y en leer a Homero? En la pobreza extrema y sin esperanza, da la impresión que la paternidad responsable justifica el no enviar al niño a la escuela y enseñarle en su lugar, el arte de la supervivencia. Deber y derecho.
Desde el punto de vista de la familia en pobreza extrema, el “gasto” en un modelo educativo que no provea a sus hijos, al alcanzar su edad laboral, de un oficio con el cual ganarse la vida, es definitiva y absolutamente un desperdicio. Y miren que no soy asiduo a lo taxativo.
Este es el tipo de nota que no me gusta escribir. En el que me quedo seco de conclusiones constructivas y viendo como lo que se le enseña hoy en día a un joven, no le servirá siquiera como fuente de ese extraño placer del conocimiento.