Qué nos impulsa a convertirnos en un fan. Por qué surge esa sensación que, de forma más o menos entusiasta, experimentamos en algún momento de la vida. Se puede ser fan de algo o de alguien. Es un estado de ánimo que varía con la edad: Un fan joven, puede llegar a realizar verdaderas hazañas para disfrutar de su “ídolo” y su presencia muchas veces le resulta paradójicamente insoportable, al punto de llorar y perder la conciencia. Ya de adulto, la cosa se vuelve más sosegada, pero creo que más por vergüenza que por otra causa.
Pero lo que inspira esta nota es una de las características más duras de asimilar del fenómeno. La incoherencia ídolo-humano. Quiero decir, el fan parece no diferenciar al ídolo, del ser humano detrás del ídolo, con lo cual termina pensando que las aptitudes, actitudes y destrezas admiradas en el ídolo, deben ser coherentes con las del ser humano, y casi nunca es así.
Michael Jackson tiene fans incondicionales, (aunque no hace falta el adjetivo) a lo largo y ancho del mundo y es, ante todo, un ser humano (que si) de naturaleza en extremo excéntrica. Ante el surgimiento de demandas comprometedoras en su contra éste obtiene de parte de sus fans solidaridad automática, al mejor estilo que se puede encontrar entre los políticos de las repúblicas bananeras. Es decir, hay algo en el cerebro del fan que lo impulsa a no contemplar siquiera la posibilidad que su ídolo tenga conductas negativas. Todo lo que pueda mancharle puede justificarse. Podría argumentarse que el fan joven es más proclive a esta conducta, por su inmadurez, pero no sé, tengo mis dudas.
Silvio Rodríguez, por ejemplo, es un artista al cual se suele empezar a admirar en la juventud, porque la edad y el entorno son propicios para el tipo de expresión de este artista, que por cierto manifiesta su ideología de forma transparente. Con la salida de la universidad, la inserción al mercado laboral, el matrimonio, los niños y la hipoteca, en fin con la edad, lo más probable, es que el contenido ideológico de sus canciones pase a un segundo plano (porque se topan con la realidad) y queden sólo las simples sensaciones de antaño, y eso no quita que se siga admirando de forma entusiasta (aunque por los vientos que soplan, también de forma secreta e intima) a alguien que no piensa como tu, pero que hace algo que te gusta.
Con los escritores, políticos e intelectuales pasa algo parecido y siempre reciben la mirada benevolente de sus fans, el perdón previo y el aplauso anticipado. ¿Tendrá esta situación una tolerancia límite?
Misterio.