Halla paz*

Como cada verano, las campañas para evitar muertes en las carreteras se hacen omnipresentes. Por más que las autoridades intenten tirar de creatividad, se siguen centrando en dos o tres puntos básicos, normalmente dirigidos al conductor y rara vez a los otros ocupantes del vehículo: i) si bebes alcohol no conduzca ii) no corras iii) no te distraigas, lo cual en estos tiempos se traduce en un, no uses el teléfono móvil al volante.

Sin embargo, creo que hay una advertencia que se deja fuera y puede estar causando más muertes que las anteriores: el cabreo.

Por ejemplo: Las estadísticas indican que la mayoría de los divorcios se producen luego del verano. Se conoce que eso de estar juntos hace daño. Por tanto, en el verano se han de dar muchas discusiones y reproches mutuos, especialmente en aquellos sitios donde la contraparte no pueda huir, como por ejemplo, un coche a ciento veinte kilómetros por hora.

Lo peligroso del asunto es que se parte del principio de que el cabreo, aunque sea constreñido, no afecta a la conducción, pero creo que alguien en dicho estado puede presentar peores síntomas peligrosos al volante que los producidos por el alcohol, la velocidad y el móvil juntos.

Así que espero ver el próximo año algún mensajito al respecto en los carteles luminosos de las autovías: «Si estás cabreado, no conduzcas.» Y de paso, uno a los acompañantes, para que, obviamente, no cabreen al conductor.

—–

* Sí, de hallar.

Longitud

Cuando termino un libro que me ha atrapado, suelo ponerme en pie mientras leo su última página. Cada cual tiene sus rituales de respeto, este es uno de los míos. No siempre tienes tiempo para dedicarte a las cosas que más te gustan, pero es de agradecer cuando la vida pone en tus manos algunos de estos libros hechos con cariño y con la concreción suficiente para que puedas leerlos de una sentada.

Me acaba de pasar con Longitud, de Dava Sobel, quien narra de forma breve y apasionada la interesante historia de cómo se llevó a cabo el descubrimiento de la forma de medir la longitud en el mar. Una delicia en poco más de ciento sesenta páginas en su edición en español.

Para los marinos de hace tres siglos conocer la latitud no era un problema, pero la mayoría de las veces, no tenían ni idea de la longitud. En términos generales, la mayor parte del tiempo se encontraban perdidos en medio del océano. Si me apuran, muchos de los grandes descubrimientos geográficos, empezando por el continente americano, tuvieron un gran componente supeditado al azar. En esas estábamos cuando (simplificando mucho) un rey inglés ofrece un jugoso premio a quien encuentre un método para medir la longitud de forma fácil y precisa. Para hacer una idea de tamaña empresa, sólo os adelanto que pasaron unos setenta años antes de ser otorgado. En medio, la aventura de un relojero sin formación contra la crema y nata de la astronomía.

Mi problema de siempre es que estas cosas no me suelen suceder con publicaciones de la actualidad, sino con las añejadas por el tiempo y especialmente con las descatalogadas. Con lo cual, el proceso no comienza por las vías habituales pero casi siempre vale la pena, porque también parece que lees con menos años, los que tenias en la fecha de la edición.

pedagogía de trámite

Un día le escuché al neurocientífico y docente Francisco Mora, que el cerebro sólo aprende si existe emoción. Bueno, más precisamente, que la emoción activaba la atención necesaria para aprender. Si lo entendí bien, entonces os puedo asegurar que no hay nada menos emocionante en el mundo de la educación que la actual formación en línea.

Las primeras bicicletas tenían sillines que se asemejaban mucho a las monturas de los caballos, y los primeros automóviles no eran más que carruajes con motor. Así se desplaza habitualmente la innovación; reaprovechando todo lo que puede lo ya conocido, como una forma de transmitir sus intenciones y facilitar su adopción. El problema es que, a veces, esto es un error, y creo que la forma en que las empresas y universidades entienden la formación en línea es un ejemplo de ello.

Han pensado en que sólo se trataba de un cambio de canal, como ocurrió con el correo postal y el electrónico, pero la formación en línea debe ser muchísimo más. Si este tipo de formación (autoformación la mayoría de las veces) se entiende como leer en una pantalla lo mismo que leerías en un libro sobre las piernas, menudo desperdicio. Si además, le sumas gamificación tontuna e imágenes de gente sonriendo, junto a un test de control de vez en cuando, tienes la garantía de que el esfuerzo que deberías emplear en aprender se te va a ir absolutamente todo en intentar mantenerte despierto.

Me quejo: La formación “formal” en línea, apesta. Con perdón.