Pequeños poderes.

carrying-chair-74023_1280Existen humanos con pequeños  poderes que pueden causar más infelicidad a sus congéneres que otros que imponen su voluntad por la fuerza. Están por todas partes y normalmente pasan inadvertidos porque están camuflados por la Ley. Su poder es pequeñito y acotado, de ejecución breve pero continua y está especialmente acrecentado en los Estados débiles. El poder de poner un sello, de tramitar una solicitud, de darte una cita, autorizarte el paso o hacerte esperar indefinidamente. Obviamente, cuando hablo de infelicidad me refiero a la consecuencia genérica que el abuso de ese pequeño poder produce y cuyo abanico de sentimientos es muy amplio. Habitualmente está dominado por la frustración, la impotencia y la indignación.

En un estado débil el poder de la función pública suele ser discrecional. Por ejemplo, obtener un documento de identidad sólo está parcialmente sometido a la Ley porque  a ello hay que sumarle la discrecionalidad de un funcionario. Acceder a un tratamiento médico, tramitar un permiso para casi cualquier actividad o la más mínima gestión, pasa por el filtro de un pequeño poder que necesita ser estimulado para actuar, normalmente, por un pequeño soborno. Es la versión pública del nightclub bouncer, pero del estereotipo de las películas, no de los que desarrollan grandes dotes comunicativas y de intimidación no violenta. 

En los casos más dolorosos, el pequeño poderoso determina quién vive y quién no y diversifica el soborno a niveles inmorales y denigrantes que los estados avanzados (institucionalmente hablando) sólo han experimentado en las guerras.

En el Estado avanzado, un pequeño poderoso puede evitar que tomes un vuelo comercial y, en función de quién sea la víctima, puede armarse un escándalo. Pero en un estado débil un pequeño poderoso (aun con un poder acotadisimo) puede evitar que la población coma.

Lo que estimula a un pequeño poderoso en el primer mundo es el ejercicio efectivo de ese poder, es decir, la sensación de ser dueño y señor de una pequeña parcela de superioridad sobre el resto de los mortales. Abusar normalmente no va más allá de ser absurdamente escrupuloso con su tarea o simplemente desagradable, porque el abuso suele tener consecuencias. Pero en otros sitios más desgraciados, ejercer un pequeño poder – además del soborno – se hace para vivir intensamente toda la parafernalia que acompaña al gran poder, incluida la adulación, la reverencia y el temor.

Lo peor es que los pueblos se acostumbran. Lo hacen porque los principios que rigen el gran poder son indistinguibles de los del pequeño y porque a medida que el tiempo pasa, obedecer al poderoso, grande o pequeño, se convierte en un acto reflejo.

Los cañones de Pedro

fueegoenmoscuLa música es un recurso genial para enseñar historia. La pena es que esté marginada a la iniciativa particular de los docentes (cuando hay suerte) y prácticamente desacreditada entre los discentes. Una de las obras paradigmáticas para ilustrar de lo que hablo es la Obertura 1812 de Chaikovski. [Como prueba irrefutable de lo anterior puede escucharse el estrépito con el que los lectores han salido de aquí en estampida 😉 ]

La obra es terriblemente popular, son ese tipo de piezas que todo el mundo ha escuchado pero no sabe dónde, ni es capaz de ponerle título. Si utilizamos un indicador riguroso de popularidad debo agregar: Sí, ha aparecido en Los Simpson.

La obra narra un episodio presente en los libros de texto de historia universal y que se estudia con ilusión por parte de alumnos de todo el mundo: La invasión de Rusia por parte de Napoleón en 1812. En plan sucinto la cosa podría contarse así: A principios del verano de ese año Napoleón le pidió a su mujer: María Luisa, cariño, prepáreme un hatillo con ropa fresca que me voy a invadir todas las Rusias. Con seiscientos mil y pico de hombres y sin mucha resistencia al principio por parte de los ejércitos del Zar, se dio un paseo por las estepas camino de Moscú. Se cuenta que los Rusos le miraban pasar un poco con cara de «ya te esperamos a la vuelta, gabacho». Lo cierto es que la Grande Armée llega a Moscú y espera a que el Zar, según los cánones de la época, estuviese allí para firmar la capitulación. La cosa es que ni estaba, ni se le esperaba. La ciudad había sido desalojada y quemada a conciencia por los Rusos. «выжженной земли»1 . Con los fríos de Octubre y sin edificios donde dar calor a tanta gente, Napoleón se devuelve para Francia y en la retirada, entre el frío friísimo y un ejercito reconstruido, los rusos lo hacen picadillo. Sólo llegaron a París unos treinta mil soldados. Los Rusos recuerdan la gesta de resistencia y aniquilación de Napoleón como la Guerra Patriótica y aunque las cosas se cuenten habitualmente como un recuento de episodios distantes, aquello fue una sangría en ambos bandos.

Setenta años después y con motivo de la conmemoración de la gesta por parte de los Rusos, un amigo de Chaikovski le invita a que componga alguna cosita alusiva a la ocasión. Si hubiese existido el cine, esta podría se catalogada como la primera banda sonora de la historia, porque cumplía a rajatabla lo que hoy podríamos encontrar como los requisitos de cualquier director a su compositor de cabecera: Sé directo, que emocione, que la gente no tenga que pensar mucho, que sea ruidosa, con impacto y sobre todo… corta. Vamos, lo que le hubiesen dicho a Howard Shore  de haber vivido en la época.

Lo cierto es que Piotr Ilich se empleó a fondo y en seis semanas tuvo lista una partitura que incluía campanas en directo de las iglesias de la ciudad y once cañonazos… ¡con cañones de verdad! Eso si, sin achicharse las neuronas: Para identificar las cargas francesas metía La Marsellesa y el contraataque Ruso con marchas militares y el Dios salve al Zar. Le quedó muy estimulante, aunque como hacen muchos músicos con sus Hits, él renegara al principio de ello.

Qué pasaría si contásemos la historia con música, sobre todo sabiendo lo poco que cautivamos a los jóvenes con la forma en la cuál la enseñamos hoy. Tratar de ponerle música alegórica a los episodios o simplemente aquélla que acompañara la época estudiada como representación del hecho cultural que mejor refleja la cotidianidad de sus protagonistas. Las gente sigue tarareando para apaciguarse los temores y celebrar sus trascendencias mientras la historia se hace sola.

Finalmente, lo que más me llamó la atención desde muchacho con respecto a la Obertura 1812 fue cómo, en una forma tan alejada de sus orígenes, transmutó su significado dentro de la cultura popular convirtiéndose, esencialmente, en un espectáculo sonoro. Lo recuerdo como si fuera antier: Noche de sábado a mediados de los ochenta en un pueblo recóndito y en medio de la Guerra Fría.  En la tele echaban un espectáculo de fuegos artificiales en celebración del día de la independencia de los Estados Unidos de América y entonces… llegó el asombro: ¡¡¿Qué carajo hacen los gringos celebrando su día de la independencia con la obra de un compositor Ruso, que incluye el himno nacional francés y canta las hazañas del ejercito del enemigo?!!

Me imagino la escena con el productor del espectáculo. Buscadme una obra impactante pero cortita, que quiero poner una orquesta enorme, que haga mucho ruido y que me encaje con los fuegos artificiales del final. Todo sea por el Show Business.


Nota del Cartero:
Obviamente, los pormenores detrás de estas historias tienen mucha más miga y unas explicaciones más rigurosas y extensas que las intenciones de una nota ligera. Os invito a profundizar en ellas y a descubrirlas en detalle. El estilo con el que lo narro aquí está mas asociado al recuerdo de una emoción (que al de unos hechos) que no quería que fuera estropeada con más precisiones.

Grabaciones y representaciones hay muchas, pero una de ellas me llama la atención por voluntariosa: Señoras y Señores, con ustedes la Eastern Army Band, bajo la dirección del mayor SHIGA Tōru y la participación de la primera unidad de artillería de la Japan Ground Self-Defense Force. El momento cumbre aquí


1.- Si no es pa’ mi, no es pa’ nadie. O tierra quemada en ruso.

Tecnología sin ombligo.

tecladito-6Comienza a ser preocupante1. Entiendo perfectamente que la práctica del arrogante desprecio es inmanente a la juventud y que todos pasamos por ello con la misma indiferencia con la que nos sacamos los mocos en público. Me vale que miren con condescendencia a los levemente mayores cuando usan sus nuevas tecnologías, porque, al final, la adultez convierte en inocuas esas miradas. Pero lo que me parece decepcionante es que se pierda el deber de la curiosidad propia de la juventud, de preguntarse el origen de las cosas antes siquiera de tomarse la molestia de formular una burla, muy habitualmente, de torpe y fatua construcción.

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El veinteañero me pidió un dato que procedí a buscar en mi móvil. Un aparatejo sofisticado, sin duda, pero que adjetivan de smart por pura prosopopeya publicitaria. Cuando el imberbe me mira teclear la búsqueda… suelta un respingo de asombro. Se tapa la boca mientras se encorva para acercar la vista y ahoga una burlona risita de velatorio mientras agrega: ¡Pero tío, que usas un teclado del siglo pasado!

Vamos a ver muchacho: Este teclado que uso es, en efecto, del siglo pasado, pero el que tú usas es el mismo que tenía la máquina de escribir con la que transcribieron la partida de nacimiento de tus bisabuelos. Vale que Steve Jobs tenía mirada para el buen gusto, pero de allí a adjudicarle la invención del teclado QWERTY hay un trecho. Porque el agravio se lo debemos a don Latham Sholes que en 1878 registró, luego de darle muchas vueltas, esta patente. Lo que vino después te lo dejo como deberes para casa.

El teclado que uso contiene los dos últimos aportes fundamentales para la simplificación de la introducción de texto en dispositivos manuales: Por un lado, la contribución de John Karlin, el sicólogo industrial que introdujo el teclado numérico de botones a medidos de los sesentas (con ese 1 en la esquina superior izquierda, el # y el *) y por el otro, todos los esfuerzos llevados a cabo por muchos ingenieros para el desarrollo de los algoritmos de texto predictivo, especialmente el T9, que es el más extendido y está basado en una patente adjudicada en la postrimería del siglo. A mi juicio, el teclado QWERTY no es el mas adecuado para dispositivos pequeños, al que  se adapta mejor por ergonomía y elegancia el T9. Para qué necesito veintisiete minúsculas teclas si con nueve bien espaciadas me es suficiente. Además, puedo hacer algo fundamental  y últimamente en desuso en los llamados dispositivos móviles: Escribir cómoda y rápidamente con una sola mano.

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El chico, como mucha gente, había caído en la tentación de asumir que la tecnología que usamos hoy en día es tecnología sin ombligo. Muchos no se percatan de que el grueso de los inventos de uso cotidiano rara vez encierran un punto de inflexión en relación con nuevos conocimientos como era habitual (en apariencia) a finales del siglo XIX. Hoy, la innovación es más un ejercicio de integración creativa que de excelsas singularidades de la técnica. Estamos en la etapa del ciclo en el que ya nada nos asombra porque evoluciona de manera predecible. La parte buena es que estamos cerca de otro gran salto.


1.- Léase el siguiente párrafo con tono de indignación moralina, especialmente, haciendo agudas las sílabas cercanas a las comas y como quedándose sin aire al final de las oraciones. 😉