Campañilla

La nueva generación de Campanilla1 está haciendo más por los movimientos feministas que los elevados debates que promovió el feminismo radical durante los años setenta del siglo pasado. Os cuento el porqué.  Fui formado como persona en un matriarcado caribe, a Dios gracias, por lo que puedo hablar con la propiedad de la experiencia (si es que eso otorga alguna propiedad). Era un matriarcado-femenino2 de mujeres trabajadoras y madres solteras o viudas, ecuánimes, rigurosas y muy-muy alejadas de aquéllos despropósitos de sometimiento revolucionario que obligaban a los niños varones a mear sentados.

A pesar de mandar a la griega, siguiendo el principio de que la cabeza es el hombre pero la mujer es el cuello, sabían que el talón de Aquiles del futuro de sus hijas estaba en la independencia económica, y que si seguían formando a las mujeres como las formaron a ellas se toparían tarde o temprano con el muro de la jerarquía de género. Así que no era raro escuchar el retintín con el que reprendían a las niñas cuando llegaban con malas notas: ¡Estudie carajo, pa’ que no tenga que aguantarle vainas a hombre!

Y las niñas estudiaban, sí, pero condicionadas desde pequeñas por lo socialmente aceptado como estudios para mujeres. En ese apocado catálogo estaban mal vistas, y a veces prohibidas, las ciencias básicas y las ingenierías porque eran cosas para varones. Por mis muertos que escuché decir a orondas mujeres decimononas que Dios no las creó para la curiosidad… que a quién le interesaba saber cómo funciona un reloj si lo útil era conocer la hora. En consecuencia, a las niñas que mostraban una inclinación natural hacia estas áreas del conocimiento se les reconducía con la misma crueldad con la que se fabricaban diestros artificiales a partir de niños naturalmente zurdos.

Así que cuando veo a mis hijas acompasando las historias clásicas de princesas sin oficio conocido, con una Ingeniera Industrial llamada Campanilla, me quedo más tranquilo. Lo que me gusta del re-enfoque que los creadores han hecho del personaje  es que atacan al estereotipo, es decir, esa supuesta incompatibilidad entre la femineidad y la ingeniería: El que se puede ser mujer, sentir como mujer y expresarse como mujer sin pretender ser un hombre en el ejercicio profesional.

Está claro que es una obra comercial destinada al entretenimiento, no una obra social, y que carece de algunos mensajes necesarios y a veces desliza otros contradictorios, pero si como padres lo único que nos cae del cielo son limones será mejor que aprendamos a exprimirlos y hacer limonada. Al menos, hay que aprovechar que  transmiten una igualdad de género primaria que los niños pueden asumir y que los padres podemos guiar… otra cosa es todo el camino que queda por recorrer para que las grandes injusticias contra las mujeres sean conjuradas. Por ejemplo, que no sean discriminada por parir o ganar menos que un hombre para un mismo puesto sólo por ser mujer.

Tengo la convicción de que esto último es algo que tenemos la obligación de hacer desde las raíces más profundas de la sociedad, ya que hay evidencias claras, contundentes y dolorosas que nos permiten concluir que el poder político no tiene sexo.

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Nota del Cartero:
1.- Sí, Campanilla. El personaje de animación de toda la vida, ahora reinventada. La cosa está en que no he podido conseguir permiso para ilustrar la nota con su imagen. Aunque los padres con niños pequeños sabrán quién es la nueva Campanilla, para los que no, haced una búsqueda por allí y ya está.
2.- Aunque parezca un pleonasmo no es el caso. También he visto matriarcados-masculinos, aunque parezca un oxímoron. ¡Que nota al pie tan estéril!

invisible art

wassily-5Mi mujer es una entusiasta del diseño. Un día me contó que muchas sillas tienen nombre y que algunas son consideradas iconos y reflejo del tiempo en el que fueron creadas. Sin duda que para sus diseñadores fue, más que un invento para sentarse, una forma de olvidarse de las preocupaciones económicas. Desde entonces comencé a saludarlas por su nombre cuando me encontraba a las Wassily en las oficinas, a las Thonet en los bares y a las sinuosas Panton en algunos restaurantes noveles que jugaban a la cocina de deconstrucción. Por lo visto, son las más adecuadas para saborear un suflé de nada al vapor de hadas irlandesas.

Algunas creaciones del diseño industrial, como las sillas, son a veces consideradas arte. Cuando esto sucede, parecen existir ciertas características comunes, a saber: Tienen un tamaño suficiente para ser percibidas a simple vista, tienen carga expresiva, es decir, te dicen algo (normalmente agradable) y, además, tienen una utilidad primaria muy cercana a los usuarios. Pero lo más curioso es que a pesar de ser consideradas arte, sus creadores pasan tan inadvertidos para el gran público como cualquier diseñador de estilizadas regaderas de Ikea.

Sin embargo, los ingenieros de lo intangible (esos que construyen el interior de lo infinitamente pequeño que nos rodea, por ejemplo, los chips o el software1) tienen un problema: Por norma general, los buenos ingenieros toman en consideración el factor estético en sus diseños como medida de control. En términos planos, intuyen que si no encarna algún tipo de belleza, o si algo no es agradable a la vista, puede que haya un problema de coherencia en su diseño, de eficiencia en su funcionamiento, de limpieza del concepto. No se trata de forzar una belleza artificialmente, sino el convencimiento de que si está bien, entonces será bello. El problema es que nadie puede apreciarlo a simple vista.

Federico Faggin, el italiano que diseñó el primer microprocesador de la historia, el Intel 4004, se sintió tan a gusto con su creación que la firmó con sus iniciales cuando la hubo terminado, a sabiendas de que nadie sería capaz de admirar su obra. No porque quisiera ocultarla, sino porque sería imposible admirarla a simple vista. Sólo podía ser percibida por su utilidad. Incluso, cuando las dimensiones permiten verlo, como los diseños electrónicos de Steve Wozniak o del genial Burrell Smith, es imposible no admirar el factor estético que aflora de forma natural de los diseños brillantes.

Con el software pasa algo similar, pero más cercano a la creación literaria que a la pintura o la escultura. A pesar de ser un conjunto de instrucciones que le dicen a un artilugio qué hacer, en este tipo de instrucciones no sólo importa la forma (la sintaxis) y el fondo (la semántica) sino también el estilo. Y parece que este rasgo tan personal influye más de lo previsible. Crear software es en cierto modo crear comportamiento y estoy convencido de que es imposible que dicho comportamiento no se vea alterado por el estilo de quien lo define; no se vea influido por cosas tan humanas como el estado de ánimo del creador. En el estilo de la escritura de software se pueden ver las prisas, la incertidumbre o la desesperación del autor; su disciplina, su desdén, la alegría o el humor y muchas más cosas como las que pueden ser percibidas en una creación literaria. Me gusta ilustrarlo con este trozo de código original que iba en el módulo lunar que permitió el aterrizaje en la luna:

IHOPE-Editado

Aunque no podáis entender la sintaxis, si es legible perfectamente el comentario: Ante el cálculo de una variable de la ecuación matemática que controlaba el aterrizaje, el autor comenta, como quien pone una nota al margen: Temporal, eso espero, eso espero, eso espero.

Con las sillas los diseñadores tienen más de una forma de expresarse, porque sus usuarios la ven, la tocan y la experimentan, sin embargo, tienen una ventaja añadida: las sillas no tienen conducta. El arte invisible de un chip o el software que gobierna un móvil, un coche, un microondas, un tensiómetro o un televisor, sólo tiene como forma de expresión la conducta que le aplica a otros objetos. Y esa interacción con el objeto hace que cualquier usuario pueda apreciar si detrás hay algo hecho con cariño y dedicación o simplemente una chatarra.

Una obra de arte es en esencia excepcional y única. Así, puede haber arte en una silla como puede haberlo en la ingeniería de lo invisible. No obstante, hay algo en las creaciones de esta última que las diferencia de otras creaciones artísticas como la pintura, la escultura o la arquitectura: La obra de arte invisible no es el objeto que la expresa, que puede ser reproducido una y otra vez a costes mínimos, sino su diseño, una forma de creación intelectual que no se expone en los museos.


1.- Estimo que el software y los chips ya han sido superados a cosas como la ropa como las creaciones humanas con las que mas interactuamos en la vida diaria en Occidente.

La foto de la silla Wassily que encabeza la nota es una adaptación a partir del trabajo original de: Lorkan (originally posted to Flickr as Bauhaus) [CC BY 2.0 (http://creativecommons.org/licenses/by/2.0)], via Wikimedia Commons aquí.

Intangibles

Una de las más terribles consecuencias de ser expulsados del paraíso terrenal fue convertirnos en un número en las estadísticas de los gobiernos. Esta situación ha durado siglos y la intención de «economizar sangre» raramente ha aflorado en la historia mundial. Somos números y los números no padecen. Esta misma aproximación ha sido utilizada por las organizaciones internacionales que intentan asegurar la paz, y tras muchos intentos por evitarlo, terminan siempre contando víctimas.

Ser un número es pragmático desde el punto de vista administrativo pero catastrófico para el individuo, para su alma, especialmente cuando nos hacemos la guerra «como naciones civilizadas». Las noticias de guerra y sus consecuencias se han convertido, salvo pocas excepciones, en una plantilla periodística llena de frases hechas, perfectamente reutilizables y con espacios en blanco para rellenar los números, los episodios, las partes beligerantes y la categoría de los afectados civiles; a saber: desplazados, refugiados, rehenes o el brutal eufemismo de efectos colaterales para contar los muertos. Se asemeja a las semblanzas previsibles que las agencias de noticias tienen ya redactadas a espera de la muerte de algún líder inmortal.

Cuando no éramos visuales ni estábamos permanentemente conectados, es decir, cuando nuestra atención no era efímera, los corresponsales de guerra se encargaban de acercar un poco las lejanías entre los que sufrían y los que no y contar lo miserable que podemos llegar a ser como especie. Trataban de ponerle rostro a los números y, mas que informar, recordarnos que los que sufren no son figurantes de una película sino gente como nosotros. No había fotos ni vídeos. Sólo la intermediación íntima de las palabras y el recordatorio de que ningún humano estaba exento. Además, quienes leían más allá de las palabras, podían intuir la certeza de que cuando les tocara huir, cuando les llegara el momento de ser un rostro en esos reportajes, nadie haría nada por ellos. Porque el problema no va tanto de que las víctimas de una guerra permanezcan anónimas detrás de un número, sino de que sean intangibles.

Ser intangible hace que no podamos saber a qué huele un campo de refugiados, que no podamos sentir el frío, el miedo y la mugre. Que no podamos tocar la desesperación del que cruza un desierto en colectivo para preservar la vida (y la de los suyos) o simplemente encontrar una. Nadie palpa al que huye de la muerte y menos si huye en masa, ya que al hacerlo así, se convierte en intangible.

Me gustaría pensar que los gobiernos alguna vez estarán a la altura, que no harán lo mismo de siempre y que por la rendija de su desdén no se colarán los desalmados. Me gustaría pensar que nosotros mismos podremos hacer algo más que donar dinero a una ONG y sentir vergüenza. Quisiera obligarme a soñar que se harán bien las cosas y que los vecinos de los pueblos-refugio no se levantarán piedra en mano para rechazar al «invasor» y que por el contrario habrá empatía y respeto mutuo. En fin, que se trate el dolor ajeno como propio y que la incomodidad se mitigue con dignidad. Sé que es mucho soñar ante el aplastante retorno de la Realpolitikpero me tocaba escribirlo, porque ayudar al que cae en desgracia por causas ajenas a si mismo no es solidaridad, es simplemente hacer lo correcto.

De lo que estoy seguro es que cuando nos llegue el turno, muy probablemente como refugiados medioambientales, nos pasará lo mismo, y que nuestras propias fotos de sufrimiento pasarán por la actualidad futura mezcladas con los resultados deportivos y tan deprisa como se hace scroll.