Postureo pandémico

Mi memoria se hace mayor. Así que, aunque estaba casi seguro, opté por repasar la hemeroteca para cerciorarme. Y en efecto: no encontré referencias. No hay registros de que a principios de siglo se hubiesen llevado a cabo grandes manifestaciones por todo el planeta, de esas de pancartas, gritos y gas lacrimógeno, en contra del sildenafilo y mucho menos del tadalafilo.

Os juro que he escarbado mucho en su búsqueda, pero no encuentro evidencias de que nadie cuestionara la serendipia del descubrimiento farmacológico, ni se interesara por los cuestionables plazos de los ensayos clínicos. Tampoco hallo referencias sobre dudas o miedos, aunque fuesen someras, sobre los posibles efectos secundarios a corto y largo plazo. Nada de nada. Ni siquiera una vulgar teoría de la conspiración o terribles amenazas contra la libertad individual.

Y no eran cosas menores. Entre los efectos secundarios de aquellos fármacos se encontraban (y encuentran) nauseas, migrañas, dolores musculares, taquicardia, vértigo, erupciones cutáneas, sangrado nasal, accidentes cerebrovasculares, perdida de audición y una curiosidad cromática de la vista que hacía que todo se viera azul y que la gente se tomó con jocosa tranquilidad. En un análisis personal, la mar de objetivo, los pacientes afirmaban que los beneficios compensaban con creces todos y cada uno de los riesgos. Que se administraban sus dosis con confianza ciega en las garantías de las farmacéuticas y las veces que fuese necesario. Que estaban muy agradecidos por lo que la ciencia era capaz de hacer por la humanidad.

Veinte años después, ante una pandemia de estas proporciones, el movimiento antivacunas-covid me resulta, honestamente, el más absurdo de los postureos pandémicos. Pero no puedo hacer nada. El postureo está amparado por el estado de derecho. ¿O no?

La mascarilla como moral

Hará unos cuarenta años el maestro José Luis Aranguren invitaba a los españoles a que adoptaran la frágil y naciente democracia como su nueva moral*. Apenas habían pasado unos días del fallido golpe de estado del veintitres de febrero de mil novecientos ochenta y uno, y era palpable que la gente ya estaba desencantada y más pendiente de las cosas de cada uno que de las de todos. Para entender el pragmatismo de lo que estaba pidiendo Aranguren habría que reflexionar un rato, aunque estuviese mal visto. Prometo no mirar, tómese su tiempo y piénselo.

En democracia, no hacer daño al prójimo al ejercer nuestra propia libertad es un concepto dificilísimo de asimilar, pero es el fundamento de la convivencia, el pequeñísimo gen que define la forma de ser juntos. Si muta, ya no hablamos de democracia.

¿Y si en un alarde de mininalismo adoptamos la mascarilla como nuestra nueva moral?

Daría para mucho. Al menos, sería una moral tangible, portatil, de quita y pon. Serías un demócrata de pro sin apenas darte cuenta.

*Nuestro compasivo DRAE tienen hasta nueve acepciones, consúltele y elija una.

Empaquetado

A mi me da que la única forma de popularizar una idea, buena o mala, es que no te vean a ti, sino a la idea. Es decir, dado que el propietario de la idea forma parte del empaque de la misma, se corre el riesgo de que, si aquél no es atractivo, la idea tampoco lo sea.

Tal vez por eso no suele ser habitual que los escritores se dejen ver mucho, dado que la mayoría son bastante feos, aunque escriban muy bien.

Así las cosas, si eres feo, repelente y poco atractivo, será mejor que las ideas hablen por ti y no te metas en sus cosas. Me he enterado de esto ya mayor, lo cual explica mi poca fortuna vendiendo las tonterías que se me ocurren.

La coda: Hay que estar muy atento a cuando una persona atractiva, con ángel, te intenta vender una idea, especialmente cuando parece buena, pues en esos casos el empaque si influye muchísimo. Y si la caja es grande, con brillo-brilli y robusta al tacto, lo más seguro es que sea una mierda.