A ello

Me apuntaba hace un rato mi buen Amigo Cyberf, que hay cosas que sólo se pueden hacer cuando uno es joven y libre. Le pedía consejo sobre qué camino tomar ante un nuevo reto: el fácil o el difícil. En resúmen, venía a decirme que hay ciertos difíciles que requieren de juventud y libertad.

Sin mucha reflexión le solté:

> Personalmente, mido estos dos adjetivos en función de mi curiosidad.
>
> Mientras mi curiosidad y necesidad de aprender estén en niveles
> similares a los de hace quince años, aún mi cerebro está joven y libre.
>
> Lo que realmente me limita [con la edad] es el tiempo: hace de la atención un bien
> muy escaso que tengo que administrar con mucho cuidado.
>
> Aprendo, pues, por el puro placer de hacerlo. Mucho conocimiento inutil, sí;
> pero nada se compara con experimentar un momento eureka.

El día que se pierde la curiosidad, se empieza a envejecer. Parece una sentencia de blog de autoayuda, pero bueno, apunto otra: El día que se pierde la capacidad de fantasear, se pierde la curiosidad.

Ello. Que había que empezar por algo este año.

va de sensibilidad

El mejor indicador del clima organizacional de las empresa, es la calidad del papel higiénico destinado a los baños de sus empleados. No hay que buscar más. Siempre que visito por primera vez una empresa me fijo en este detalle, porque me facilita leer perfectamente la disposición al logro de sus empleados con respecto a los objetivos empresariales. Eso que los gurúes llaman alineamiento estratégico.

Creo haber descubierto incluso una correlación estadística entre la cantidad de bostezos por empleado/reunión y la textura y marcas de tan íntimo consumible. Parace una tontería, pero a mi entender, dice mucho del cuidado que las empresas prestan a sus empleados. Hay empresas rácanas, que sin miramientos piden el más barato y ruín de los papeles, esos transparentes y raquíticos que se usan con desconfianza. Precisamente el mismo sentimiento que se queda en el subconciente laboral y se refleja en la relación empresa-empleado.

Existen también aquéllas que huyen de las transparencias pero a costa de una textura lijosa que lacera las más nobles intenciones de cualquiera, afectando claramente, los índices de productividad. Incluso, no descarto alguna baja laboral producida por dichos papeles.

En periodos de crisis, las empresas recortan el presupuesto de comodidades innecesarias. Algunas hasta limitan el número de bolígrafos que dan a cada empleado. Ante estos síntomas, suelo huir: Una empresa cuya viabilidad económica depende del ahorro en el coste de los bolígrafos no es precisamente la panecea contra la precariedad laboral. Ahora, imagine usted, querido lector, lo que queda para otras áreas no productivas, como el aprovisionamieno del papel higiénico, ese aporte empresarial que llega a lo más íntimo de los empleados.

El próximo día fíjese bien – la soledad ineherente lo permite – y pregúntese si ese papel es una amenaza o una oportunidad.

La amenza.

La inmigración se ha convertido en una grave amenaza para España. La inmigración, no los inmigrantes. España sigue un proceso ancestral donde – al alcanzar cierto porcentaje de la población – la inmigración, como concepto social, comienza a resultar incómoda, amenazante y fuente de males mayores. Como en casi todos los países que han pasado por procesos sociales similares, gobierno y sociedad olvidan que en la inmigración no sólo toman parte activa los inmigrante que buscan mejores oportunidades, sino también los habitantes de los países y culturas receptoras.

La integración de un inmigrante dentro de la sociedad receptora no es un hecho espontáneo, como tampoco lo es la aceptación por parte de los nacionales de un extraño que viene aquí con otros valores y costumbres, y que esencialmente se proyecta como una problema. Hablando en plata: si el proceso no se gestiona, los inmigrantes tendrán dentro de su mapa mental que los españoles no quieren que se integren, mientras que éstos pensarán que son ellos los que no se quieren integrar.

Históricamente, este «descuido» gubernamental transforma lo que inicialmente es ignorancia por un lado y miedo por el otro, en racismo, xenofobia y finalmente violencia.

Los gobiernos creen que gestionar la inmigración significa dotarse de un marco legal apropiado y eso, aunque necesario, no es suficiente. Cuando las cosas se van de las manos, no hay diferencia entre un inmigrante legal y uno que no lo es.

Hablo de institucionalizar lo que cualquier ciudadano normal y corriente haría ante la eventualidad de recibir a un extraño en su casa, pongamos que, alquilándole una habitación. Es algo por lo que he pasado muchas veces: Se dejan las cosas bien claras. Se cuentan las condiciones, las reglas, el uso del baño, de la cocina, la hora máxima de llegada y el tipo de comportamiento esperado. Y uno pregunta, si puede traer amigos a la habitación o si le molesta que ponga música.

Se que puede sonar absurda la comparación, pero la mayoría de los inmigrantes que vienen a España desconocen sus deberes y derechos. No han pagado jamás impuestos en sus países de origen y no pueden formarse un idea de cómo contribuyen en la construcción de la sociedad de acogida. Asimismo, los españoles desconocen los beneficios de la inmigración y la necesidad de canalizar de forma constructiva lo que simplemente es una realidad. Un ejercicio de empatía para entender que uno, en situación similar a la de ellos, haría probablemente lo mismo: Emigrar.

Ver también: Reciprocidad Retroactiva