Tradiciones Milenarias

El maltrato psicológico de baja intensidad suele ser un recurso de enseñanza muy extendido. Tan arraigado en la sociedad que casi siempre pasa inadvertido dentro de la endemoniada maraña en las que a veces se convierten las relaciones humanas. De hecho, es la predilecta de una de esas relaciones, la que existe entre el maestro y el alumno.

Este tipo de maltrato está presente en la madre que enseña a su hijo a controlar los esfínteres, en el padre que le adiestra para andar en bicicleta o en la maestra que agobia a sus alumnos con la tabla de multiplicar.

Lo curioso es que esa experiencia, la del maltrato psicológico de baja intensidad, se intenta seguir usando en los adultos para guiar cualquier proceso de aprendizaje. La proyección en la edad adulta, pasa de un enérgico sacudón, una reprimenda aireada o la simple adjetivación menospreciativa (“¡muchacho bruto!”) a un nivel más sofisticado, indirecto y disimulado, pero no menos machacante y repulsivo.

Enseñar no es una experiencia común, lo es más el aprender, por eso me parece justificado que la mayoría de las personas que se ven obligadas en la edad adulta a enseñar algo a alguien, lo hagan siguiendo la única pauta que conocen, la del zarandeo emocional del aprendiz. Pero lo que resulta desconsolante es que gran parte de las personas que enseñan como medio de vida, suelan rodearse de un arsenal de elementos intimidatorios, claramente obstáculos del aprendizaje.

La petulancia, el cetro de poder con el que se atavían y la charlatanería, están presentes en mayor o menor medida, en un gran porcentaje de enseñantes de casi todas las disciplinas, porque enseñar en occidente, rara vez se elije como medio de vida con la mediación de una vocación. El maltratar psicológicamente, se convierte entonces en una forma económica de mantener una distancia de seguridad, basada en la impotencia del alumno. En la sumisión incondicional y muchas veces en un juego perverso en el cual el enseñante se siente, sencillamente, superior. Y ese sentimiento es adictivo.

Uno de los elementos que hacen que se consolide esa tendencia anómala, es algo que se da por hecho, porque sencillamente siempre ha sido así, y es que la persona que enseña, sea la misma que evalúa el grado de aprendizaje del alumno. Las historias de humillaciones basadas en esta realidad son inextinguibles, alumnos que arañan puntos a base de triste adulación o sistemático lisonjeo y otros que los pierden por no caer simpáticos, porque así las cosas, evaluar no es una operación aséptica, sino una manifestación de poder.

Habimétricas.

El Atlántico es un bar español regentado por una viuda vietnamita y su hija. Desde hace unas semanas acudo a él junto con algunos compañeros de trabajo a desayunar. Es un bar dónde sólo se pide una vez, la primera que lo visitas, porque, por alguna rara costumbre de la región donde se encuentra, la gente siempre termina comiendo lo mismo regularmente, incorporando, a lo sumo, variaciones en el relleno o en la cantidad.

Mientras entras y tomas asiento, la madre y la hija realizan la rueda de reconocimiento, recitando lo que comerá cada uno y esperando su confirmación, casi siempre, con un leve asentimiento con la cabeza por parte del comensal.

A principios de esta semana, dos de los compañeros, después de varios meses acudiendo ininterrumpidamente, han faltado por vacaciones. Al notar su ausencia, la hija de la dueña, de cuerpo breve y alma de pizpireta, ha preguntado por los chicos: Luis y Antón están de vacaciones, le respondimos, ante lo que curiosa preguntó: ¿Quién es Luis, el de la tostada mixta o la de atún?

Fue bonito redescubrir cómo socialmente nos identificamos con mucho más que un nombre. Nuestra identidad es también un conjunto de hábitos, desarrollados de tal manera que nos identifican de forma inequívoca. Si pudiéramos medir esos hábitos y codificarlos, posiblemente serían mucho más efectivos que los sistemas de identificación biométrica.

Porque los hábitos van más allá de la identificación, nos permiten realizar reconocimiento. Un solo hábito, es suficiente para hacerte una idea del carácter de una persona, de su temperamento e incluso de su forma de pensar. Hay hábitos pivote, que una vez expuestos, permiten deducir todo un subconjunto de otros hábitos, que finalmente conforma la personalidad del individuo.

Cuando llego a un nuevo trabajo, un sitio alternativo para hacerme una idea de la gente nueva que voy conociendo, no es la cafetería, sino el baño. Allí salen a relucir algunos desafortunados hábitos pivotes. Por ejemplo, cuando te cruzas con compañeros de trabajo en el baño, se pueden identificar a los que se lavan las manos luego de hacer alguna necesidad y comprobar con horror, que son minoría. Si me dejo guiar por eso y resulta ser éste un hábito indispensable para un perfil profesional, les puedo asegurar, que jamás seré jefe.

Prensa de Provincia

Cuando mi mente se fija en detalles pequeños, tiene la tentación de magnificarlos, como una forma de retenerlos en la memoria. Me ha pasado otra vez esta mañana: Estaba echándole un vistazo a un periódico de provincia española cuando caí en cuenta lo parecido que era a otros periódicos de provincia que he leído antes. La magnificación resultante fue: Son como el último bastión de la antiglobalización.

Las noticias de los periódicos de provincia tienen un aire de corroboración, de acta certificadora antes que de información. Se redactan como si todo el que las lee es un testigo del acontecimiento al que hay que ahorrarle los detalles. De alguna forma así es. Los lugares, el tiempo que hacía, el tráfico e incluso los antecedentes de los protagonistas se omiten deliberadamente por ser de sobra conocidos.

En lo que se hace énfasis es en la forma de presentarla, de adornarla, de darle un estatus superior que la haga figurar como si fuese de otra frontera, y que el lector se sienta “importanciado” con la noticia de la cual puede, incluso, sentirse protagonista.

Mi abuela lo hace mucho con las páginas de sucesos del periódico de la provincia de mi familia: Cada vez que hay un muerto nos da las señas para reconocerlo: “ese es el hijo de fulano o el yerno de mengano, ¡quien lo iba a pensar de un muchacho tan tranquilo!” Ella sabe perfectamente cómo sucedieron los hechos porque alguien siempre viene con el cuento de primera mano, sólo los lee para saber si los del periódico dicen la verdad.

Otra cosa curiosa, es el tratamiento que se hace de las autoridades civiles, equiparándolo con el tratamiento regular de las nacionales: Así por ejemplo, la esposa del Alcalde, no es tal, sino la primera dama del municipio. Pasa algo similar con los eufemismos que se utilizan para resaltar la información. En las provincias los gobernadores no inauguran casas, sino soluciones habitacionales.

Pero lo que sociológicamente me resulta más interesante son las secciones de sociales y los obituarios de estos periódicos. Representan una oportunidad única para satisfacer necesidad de estatus masivamente. En el caso de las páginas de sociales (donde se reseñan bodas, bautizos y comuniones), porque permiten a los mortales verse como esos artistas que derrochan esplendor con naturalidad y de los cuales la gente habla y escribe. Y de los obituarios (o esquelas) porque es la última oportunidad de asociar tamaño e importancia. Mientras más y más grandes, mejor. Incluso, he llegado a leer muchos que tienen esa sospechosa redacción de quien busca la salvación de su alma.