Estado de Bienestar

El estado de bienestar implantado en Europa luego de la segunda guerra mundial está resultando insostenible ya para algunos países. Paradójicamente por causas propiciadas por ese mismo modelo. Hace bastante que quería escribir sobre el tema, pero no hallaba la forma de ejemplificar claramente la idea principal que quería abordar, y era cómo las distintas idiosincrasias y la cultura política de los pueblos reaccionarían ante el amargo reto de renunciar a, esencialmente, la comodidad de la certidumbre.

Hace unos días, hojeando un especial sobre las elecciones Alemanas publicado en El País (España), encontré una clarificadora comparativa. En el primero de los extractos que reproduzco a continuación, figuran parte de las palabras empleadas por el presidente federal de Alemania, Horst Köhler, en el discurso ofrecido tras anunciar el llamado a elecciones anticipadas.

Nuestro país se encuentra ante ingentes tareas. Está en juego nuestro futuro y el de nuestros hijos. Millones de personas están en paro (sin empleo), algunas desde hace años. Los presupuestos del gobierno federal y de los estados federados se encuentran en una situación crítica como nunca antes. El ordenamiento federal vigente está superado. Tenemos muy pocos hijos y somos cada vez más viejos. Tenemos que consolidarnos a escala mundial frente a una fuerte competencia. En esta seria situación, nuestro país necesita un gobierno que pueda perseguir sus objetivos con insistencia y constancia.

Un mes después, Ralf Gustav Dahrendorf, un sociólogo de origen alemán, pero miembro de la Cámara de los Lores en el Reino Unido, parafraseaba el mismo discurso del presidente Alemán, partiendo del principio de que la crítica situación la presentase el Reino Unido.

Decía el hombre que Tony Blair prepararía un mensaje para la Reina, poco menos que así:

Nuestro país se enfrenta a ingentes tareas. Nuestro futuro y el de nuestros hijos están en nuestras manos. Las transformaciones del mundo laboral suponen un desafío a nuestra fantasía. El gobierno puede y ayudará a aquellos que no puedan ayudarse a sí mismos, pero no cargaremos a nuestros hijos con deudas para proporcionarnos a nosotros una vida cómoda.

Quedan más o menos ilustradas las reacciones sobre las que quería aburrirles un rato. Es que lo dicho, un discurso vale más que mil palabras.

Tercer Mundo

Imagino que haría mucho calor en Francia ese verano de mil novecientos cincuenta y dos. Me inclino a pensar que sólo un sofoco estival podría haber tentado a Alfred Sauvy – luego del protocolar silencio ante las teclas bituminosas de una máquina de escribir – a concluir el artículo que le ocupaba usando por primera vez la expresión “tercer mundo”.

Aunque reclamada usualmente como término peyorativo, siempre me ha resultado impreciso, cruel e ilógico desde el punto de vista social. Sobre todo, porque se basa en una calificación económica que nada tiene que ver con la idiosincrasia de los pueblos, su concepción de la realidad o su capacidad para afrontar los retos de la vida colectiva.

Lo que más me repatea es su tendencia absolutista. Como si esa separación en mundos fuesen aséptica, como si el primer mundo no poseyera mucho de los otros dos (y viceversa).

La reciente tragedia al sur de los Estados Unidos aporta un claro ejemplo de ello. Ha sido muy común escuchar de boca de damnificados, comentaristas, políticos y gente de a pie la expresión “esto parece el tercer mundo” para describir su perplejidad ante los espeluznantes acontecimientos, la falta de ayuda o la desidia generalizada. Y no descarto que para muchos (no sólo allí, también en el resto del mundo) haya sido una sorpresa caer en cuenta que la división en mundos ronda los dominios de la distorsión perceptiva, del estado de ánimo e incluso de la nostalgia, antes que reflejar la realidad de las cosas.

Resulta igualmente lamentable que esa misma concepción equivocada haya desalentado la solidaridad del resto del planeta. He echado de menos las campañas de recolección de fondos o de ayuda que suelen surgir en situaciones similares. Lo lamento, porque es como crear una clasificación entre las víctimas, que en todo caso, es una división indignante.

Tiendo a pensar que más que ante la ley, somos más iguales ante el desastre.

Mind the Gap

Nunca antes había visitado un país angloparlante. Era otra de las cosas en las que quería invertir atención. El inglés, además de concreto, me resultó también un idioma que deja bastante margen de maniobra a la independencia del receptor del mensaje, pero curiosamente, sin arriesgar en claridad.

Pongamos como ejemplo el lejendario monstruo subterráneo Metro de Londres y un mensaje similar en el no menos atractivo Metro de Madrid. En algunas estaciones, la altura o la distancia que hay entre el vagón y el andén puede producir accidentes a los viajeros desprevenidos o despistados (como yo). En Madrid y en Castellano la advertencia sale de la megafonía en una tosca voz femenina como sigue. (Soy un sin oficio que se la ha aprendido de memoria)

Atención: Estación en curva, al salir, tengan cuidado para no introducir el pie entre coche y andén.

Para la misma situación o silimar, en el Metro de Londres (que los Londeners llaman the tube) el mensaje es:

Mind the gap.

No sé, tiene su encanto descubrir el agua tibia.