Todo el Amor de Madrid

Todo el Amor de Madrid pareciera tener dos meses; dado a exhibirse sin pudor en los parques, las paradas de autobuses y las cafeterías humeantes.

Todo el Amor de Madrid pareciera perdurarse en su infancia, apasionarse con el rojo de los semáforos y volver al mundo sólo con el estruendo de los presurosos que no dominan el arte de detener el tiempo.

El Amor de Madrid suele dejar olvidada su bufanda en los mostradores, para tener la excusa de agenciarse su propio calor, desguantarse la sonrisa desafiando la intemperie y hacer salir el sol cuando todo el mundo apuesta a un día nublado.

A este Amor, le gusta arengarse las mañanas entre bostezos mientras hace equilibrio en los abarrotados vagones del suburbano. Y por las noches, forjarse sus propias canciones de cuna antes de ir a dormir.

Porque el Amor a Madrid le brota como violetas y le sigue como los girasoles. En fin, pareciera siempre tener dos meses a fuerza de reinventarse cada mañana entre los corazones.

 

Pequeñas Tragedias Veraniegas IV

La bombilla del horno se ha quemado y a mi Marido se le ha tronchado un tobillo. Tiene un esguince dice el médico. La bombilla se ha quemado en medio de la cocción de una tarta de piña, la preferida de mi Marido, y como no soy muy buena en eso de la repostería no quise desafiar las instrucciones del recetario, que decía que no se abriese el horno hasta que no se formara una capa dorada y consistente.

Así que opté por inspeccionar la tarta como se inspeccionan los devanes en las películas de suspense: a punta de linterna. Pero pasó que, por algún efecto óptico, que no viene al caso explicar aquí (tampoco sabría hacerlo), cuando creí divisar a través del cristal una capa dorada y consistente resultó ser en realidad morada y repelente, lo cual demuestra la importancia de la Luz Interior.

Afortunadamente mi Marido se ha tronchado el tobillo, porque con el dolor, se conoce, a los Maridos no les apetecen las tartas.

Para ser hombre, mi Marido aguanta muy bien el dolor. Lo sé, porque en esos casos le da por reírse. Cuando a un hombre algo no le duele tanto, quiero decir, que está en el umbral de lo soportable, éste se quejará cual se tratase de una herida abierta enjuagada en agua con sal. Pero, si por el contrario el dolor es superior a su verdadera entereza, éste optará por reírse. Para disimular, ya saben: Que la cosa que más le repatea a los hombres es que se sepa la verdad. (no importa si es de la buena.)

Pequeñas tragedias veraniegas II

En lo que va del verano he contado siete. Cada una cojea con su ademán especial, con una cara_de_todo_el_mundo_me_mira, y moviendo graciosamente el pié, como intentando domar un potro salvaje. Porque está claro, no hay cosa más poco fiable en estos días, que la sandalias de verano.