Todo el Amor de Madrid pareciera tener dos meses; dado a exhibirse sin pudor en los parques, las paradas de autobuses y las cafeterías humeantes.
Todo el Amor de Madrid pareciera perdurarse en su infancia, apasionarse con el rojo de los semáforos y volver al mundo sólo con el estruendo de los presurosos que no dominan el arte de detener el tiempo.
El Amor de Madrid suele dejar olvidada su bufanda en los mostradores, para tener la excusa de agenciarse su propio calor, desguantarse la sonrisa desafiando la intemperie y hacer salir el sol cuando todo el mundo apuesta a un día nublado.
A este Amor, le gusta arengarse las mañanas entre bostezos mientras hace equilibrio en los abarrotados vagones del suburbano. Y por las noches, forjarse sus propias canciones de cuna antes de ir a dormir.
Porque el Amor a Madrid le brota como violetas y le sigue como los girasoles. En fin, pareciera siempre tener dos meses a fuerza de reinventarse cada mañana entre los corazones.