Cristina ronca como un camionero. Lo descubrí una noche, después del cigarrito reglamentario. En lugar de darme la vuelta y morirme, surgió desde el fondo de mis tripas un extraño impulso por ver cómo yacía, a ojo cubierto, esa desconocida insatisfecha, que después de mi molto vivace resolución, acababa de decirme: Tranquilo, no pasa nada.
El espectáculo suele comenzar con un imperceptible – más bien tímido – conato de ahogo. Como si fuera un bostezo abortado en último momento. Eso es ya una cosa fundamental de contemplar, porque Cristina jamás bosteza, convencida como está, que dicho acto natural es de una descortesía y una falta de urbanidad tal, que se equipara completamente a escupir en los pasillos del metro. Hasta creo que su subconsciente lo nota y la condiciona, porque seguido se aclara la garganta y hace un gesto con las cejas como quien eructa sin querer y pide un perdón avergonzado. Sin embargo… ¡Se ve tan hermosa! A mí me hace inmensamente feliz que Cristina ronque, porque es una de esas pocas cosas – a parte de la hipoteca – que tenemos en común. Una insalvable realidad biológica-lapidaria que nos une.
Mi amigo Ocatrapse me comentó que en cierta ocasión, Montserrat Cabellé había soltado un mazazo reflexivo con vocación de axioma, relacionado con esto que les cuento. Decía que la única manera de durar con un amor, era quererlo por sus defectos. Pues esa, precisamente, es mi desdicha. La esencia de mi relación inmobiliaria, mi gran problema sentimental con Cristina, porque se me mengua el ánimo al ver que le descubro tan pocos. Me desconsuela enormemente verla tan exigua en faltas, tan descompensada en normalidad, tan auspiciada por la razón, tan dotada para la asepsia, que hasta alardea de una cavidad nasal a tal punto irreprochable que ni siquiera cosecha mocos. Vamos, ¡así cómo se puede pretender querer a nadie!
Cuando firmamos la hipoteca (nuestra gran prueba de amor) todo comenzó a ir mal. Surtió el mismo efecto que en un matrimonio por amor, quedando demostrado la consecuencia malsana que produce cualquier papel a la relación de pareja. Pero a pesar de ello, me siento incapaz de dejarla, porque estoy completamente seguro que, en mi paradigma emocional, ella me quiere un montón, ya que no hace más que recordarme a toda hora lo que para mí son anécdotas cotidianas y para ella defectos antológicos. Es que yo con tantos, debo ser lo más parecido a un amor para toda la vida.
Les cuento todo esto, porque esta mañana el mundo se me vino abajo. En un arranque de romanticismo madrugador le revelé mi gran secreto a Cris: Cariño, le dije, ¿sabes qué? Tienes un defecto… Se incorporó hasta el bordillo de la cama y se calzó las pantuflas a ciegas, cual gaucho que no coge la ación para alinear el estribo. ¿Y cuál será? me preguntó con tono amojonador: Que tu también roncas amor, y te sale ¡taaan boniiito! Está de más decirles que lo que sigue me pasó, como le pasaría a cualquiera que corre el riesgo de revelar los secretos más íntimos que sustentan sus querencias: Mientras se dirigía al baño – sin bostezar, claro – me dejó el corazón destrozado con la sentencia inapelable de su juicio sumarísimo: Yo no ronco tontito, sólo respiro fuerte.
Vida inmobiliaria
Cristina se ha vuelto loca.
Cristina y el Porno (y Antonio).
– – –
Nota del Cartero: Lo siento querido lector, se que resultan aburridos, pero últimamente sólo me salen reflexiones en forma de relatos breves.