Vida inmobiliaria

Hoy llegaré tarde. Para saber ese tipo de cosas no hace falta reloj. Estuve anoche en la despedida de soltero de Paco y Javier, y llegué a casa hace apenas un rato. Eso es lo bueno que tienen las despedidas de solteros homosexuales: Se hace una sola y ya. También les despedimos del barrio, porque aquí las excentricidades sólo se le toleran a los locos. Abrí el ojo izquierdo para enterarme de qué iba esa luz que se colaba por la persiana, y dejé el derecho cerrado a la custodia del sueño. Como comprenderán fue un ejercicio inútil porque estos gemelos son muy curiosos.

Me gusta consumir mi cuota de sueño completamente, si no lo hago me salen unas bochornosas y enormes ojeras verdes. Y hoy no tendré más remedio que llevarlas puestas al trabajo. Me gano la vida limpiando las fachadas de cristal de los edificios modernos que han construido en el barrio. No es superinteresante, pero al menos tengo curro para pagar la hipoteca. Se puede pensar que limpiar cristales es un trabajo obstinante, pero tiene la gran ventaja de efectuarse en solitario. Cuando miro desde afuera las salas de reuniones de las empresas, es divertido observar las caras de los asistentes, que si pudieran, se clavarían cuchillos de sierrita los unos a los otros. Son expresiones automáticas que sueltan sin darse cuenta. Lenguaje corporal, le llaman. No hace falta que me entere del asunto sobre el que están trabajando para saber el rol de cada uno. Con sólo echarles un vistazo puedo determinar quién está en lo suyo, y quien no puede sacarse de la cabeza la amenaza de un retraso mestrual. Mi jefe dice que la regla básica del limpia-cristales es no mirar para adentro, pero poco a poco desarrolla uno la habilidad para mirar sin ser visto.

La hipoteca nos la dieron cuando era encargado de un McDonalds, pero mi carrera se truncó cuando el local, unos de los primeros de la ciudad, fue víctima de una leyenda urbana relacionada con nuestras alitas de pollo.

Mi novia se llama Cristina, estamos juntos desde que nos empezó a crecer pelo en los genitales. Hemos hecho juntos el bachillerato y la universidad. Bueno, medio juntos, porque yo dejé la universidad después de intentar durante tres años superar el ciclo básico de antropología, sin siquiera enterarme de lo que era un ántropo. (¡aunque si llegué a conocer muchos antros!)

En realidad ya no nos queremos, estamos juntos por el piso, compartimos la hipoteca. Una mera relación inmobiliaria que además nos proporciona sexo, aunque ya más ocasionalmente. Estas cosas así de crudas no nos las decimos, porque, para qué. Ella vive con sus padres y seguimos manteniendo la fantasía de una boda para cuando ella termine la carrera. Lo importante es que aparentamos muy bien el amor. Fríamente hablando no me puedo quejar: Cristina está buena para lo que puede aspirar un feo como yo. Aunque pienso que ha sido un golpe de suerte, porque todo su esplendor apareció después. Para la época en la que nos dimos el primer beso con lengua, ella era un gancho.

Quedamos en vernos hoy por la tarde en el bowling. Ir a jugar con ella me gusta, porque su sola presencia levanta muchas envidias. Se nota en la forma en que me miran los hombres de las pistas de al lado. Lo que pasa es que el bowling es un deporte que practican sólo mujeres casadas y feas. Para ellas hacer un strike se convierte en una obsesión, porque es la única manera que sus maridos puedan alardear genuinamente de ellas frente a sus amigos.

Me iré a la cama temprano. Si no duermo bien, además de las ojeras, no me quedan bien limpios los cristales, aunque eso nadie lo nota. Los de adentro están tan entretenidos en sus conspiraciones que rara vez miran para afuera. ¡Cómo se nota que no les preocupan sus hipotecas!

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curro: 1. m. coloq. trabajo (ǁ acción y efecto de trabajar).
piso: 4. m. Conjunto de habitaciones que constituyen vivienda independiente en una casa de varias alturas. En Latinoamérica, Apartamento.
relación inmobiliaria: Aparece, con la connotación expuesta, por cortesía de cyberf.

Discrimination by Love

A Cayetana le avisaron temprano. Las políticas de la empresa prohíben expresamente que trabajen aquí ambos miembros de un matrimonio. Si usted y Antonio se quieren casar, deben decidir primero quién se queda y quien se va. Para estas cosas los americanos son muy intransigentes, agregó la jefa de personal.

Morena altiva de tetas enormes, orejas prietas y dientes impolutos, Cayetana había ascendido en poco tiempo hasta supervisora de bioanálisis en el laboratorio, había estudiado de noche, trabajado de día y sufrido como cualquier mujer, todos las discriminaciones. Pero ésta no se la esperaba. Se retorció como si un cubito de hielo hubiera estado haciendo surf por su espalda. Hasta pensó que la cosa era inconstitucional y que violaba sus derechos humanos. Pero más tarde su abogado se lo dejó claro: Mire usted, el amor, que yo sepa, no figura en ninguna constitución como derecho, y tampoco en la declaración de los derechos humanos, no hay cómo apelar. Así que decidieron por Antonio que, sólo por ser hombre, ganaba más… y a día de hoy, no hay apósito que valga para cicatrizar en Cayetana, aquella amputación profesional en medio de una brillante carrera.

De qué estará compuesto el Amor, que no se considera a la altura de otros supuestos discriminatorios, como el sexo, la raza o la religión. Cayetana y Antonio estuvieron tentados, sólo por echar lavativa, a invocar la protección de la familia y el matrimonio, a la cual el estado está obligado constitucionalmente. Pero desistieron, al convencerse que ya nadie cree en esas cosas.

El Amor se parece mucho a la libertad, pero salvo en los antiguos ejércitos griegos, queda poco elegante para usarse como ideal en las constituciones. Es que no se presta, vamos. La libertad suena más suprema, tiene esa pinta augusta de derecho imprescindible, aunque hay un montón de gente que ama sin gozar de ésta. Es curioso lo parecido que resultan el Amor y la libertad: Cuando se cree haber alcanzado el amor, por ejemplo, comienzan a molestar hasta los eructos en la mesa y la tapita extraviada del dentífrico. Como pasa con la libertad una vez que se hace habitual, sus imperfecciones comienzan coger tamaño y convergen en su pérdida.

Esta falta de reconocimiento del Amor como derecho, probablemente se escude en la ambigüedad del concepto. En su dificultad para ser constatado, porque los otros derechos son vistos como preceptos, y el Amor es simple y exclusivamente un sentimiento.

Y es allí donde los esfuerzos de especificidad de las Constituciones se quedan cortos. Porque la constatación última de un derecho por parte del individuo, desemboca ni más ni menos que en un sentimiento. No es lo mismo tener libertad, que sentirse libre.

Recomienda, que algo queda.

He leído una novela distinta. Única por algunas curiosidades narrativas, así como por contar una historia que, formalmente, no es una historia. El Curioso incidente del perro a media noche, de Mark Haddon, es una novela gramaticalmente limpia, escrito desde la perspectiva de los autores no alineados. Es original. Además, la primera que he leído que no contempla ni una sola metáfora (ni una). Para que lo disfruten como un descubrimiento, no lean la contraportada, no se enteren de qué va. Por eso no les pongo el link.

Como me enteré de él por el boca a boca (gracias cyberf) cumplo con mi parte de difusión.

El segundo es un nuevo ensayo de mi filósofo predilecto: José Antonio Marina. Con una fama de enredado y pavazo, con libros de letra pequeña y que no se pueden leer sino en absoluto silencio, esta vez se pone cercano, se deja de vainas con esa cantidad ingente de referencia a pie de página y escribe un libro ameno, suavecito y liviano. Además de pequeñito y conciso. Más en sintonía con su trabajo de profesor de bachillerato. Se titula: La inteligencia fracasada: Teoría y práctica de la estupidez.

Como siempre, sugerencias no vinculantes.