Pan de reta

Hay sonidos que se jubilan. En la música, cada generación se hace con un sonido particular y unas letras afines, pero en esencia se ejecutan con similares instrumentos y se escriben en los mismos pentagramas. Se nota sobre todo en los directos (en vivo). Allí se reconocen fácilmente los sonidos de los instrumentos tradicionales, aunque en manos de una generación que se esmera por presentarlos y combinarlos de una forma diferente.

Pero a veces, de entre los devaneos de la evolución, algún que otro instrumento se descarta, y se le ve hacer la maleta y enrumbarse hacía la residencia de instrumentos ancianos, rechazados por la sociedad. Ese es el caso de la pandereta.

Luego de años de haberse dejado oír presuntuosa y con presencia inequívoca entre la percusión de casi cualquier manifestación musical, abarcando desde la tradición de las representaciones folclóricas de la vieja Europa hasta la rompedora generación hippie, la pandereta se encuentra en peligro de extinción. Con su aire portátil y su naturaleza delatora -esa manía por dejarse escuchar al mínimo movimiento- la pandereta ya casi ni se oye ni se escucha en las canciones de la radio, como tampoco se ve en los conciertos por televisión. Los solistas de antaño que no sabían tocar ningún instrumento, participaban de la puesta en escena con una pandereta en la mano. Hoy esta iniciativa, sería una exposición al ridículo, como casi lo es ya el ver a un cantante con un micrófono alámbrico.

Pero en fin, también dejó de usarse el clavicordio, el címbalo, el órgano o la flauta. Mientras asistimos a su agonía, el cascabelero sonido de la pandereta seguirá refugiado en algunos templos nostálgicos como las radios de los pueblos, que programan y reprograman a Leonardo Fabio o a Nicola Di Bari; en las Iglesias cristianas que amenizan el aleluya con este sonajero y la guitarra acústica, y en los eternos y lustrosos recopilatorios de los Beatles.

Logística cotidiana

La logística que da soporte a la vida cotidiana del humano occidental, no parece una consecuencia natural que haya surgido a medida que progresaba la sociedad, sino un invento premeditado de sometimiento. Para la mayoría, esta logística pasa inadvertida; sobre todo ante los hombres que se la han impuesto a las mujeres. Está compuesta por una ingente cantidad de actividades, simultáneas y continuas que sólo notamos cuando surge un desajuste de coordinación. A ver: lavar la ropa, ponerla a secar, recogerla y plancharla, cocinar al menos tres veces por día, lavar los platos, limpiar el domicilio (soft y hard), ordenar, hacer las camas, limpiar el baño, reponer el papel higiénico, pagar los servicios, cuidar las plantas, limpiar la nevera y el horno, clasificar y botar la basura y bueno…paro ya porque me agobio.

Tareas como éstas, en mayor o menor medida dan soporte al humano medio para que este pueda permanecer en la tierra dignamente, y si dejan de hacerse pueden consolidarse verdaderas catástrofes. Todas ellas crean una cantidad considerable de empleos directos e indirectos. Desde los que se dan en el sector industrial, que fabrica desde desinfectantes a trapitos de cocina, hasta los del sector servicios, a través de las desindicalizadas auxiliares del hogar: Las señoras que planchan, lavan o cocinan por horas.

Una de las cosas que llama la atención de estas actividades, es el alto consumo energético asociado. El equivalente moderno a aquel noventa por ciento de tiempo que invertían nuestros antepasados sólo en buscar comida. Otra cosa interesantes es que allá donde haya un humano, bien cultivando la tierra o explorando el espacio, siempre habrá un subconjunto de esta logística, pero que por ser cotidiana pasa inadvertida. Por ejemplo en las guerras: Todo el mundo alaba las hazañas bélicas de los belicosos, sus triunfos y su estrategia militar, pero nadie se acuerda de quien les cocinaba y les lavaba la ropa. Y esto, en el caso de las guerras de independencia caribeñas, alcanza un grado de injusticia mayor, especialmente con las mujeres, que a diferencia de las Europeas, no se quedaban en casa cuidando de los muchachos mientras sus maridos iban a guerrear, sino que les seguían, les lavaban, cocinaba, e incluso les parían: O’Leary narra en su diario, a propósito de la Campaña Admirable, cuando un menguado ejército Libertador intentaba cruzar los Andes, lo siguiente: La mujer de un soldado dio a luz un niño en pleno ascenso, pero ello no le impidió continuar la marcha con la criatura en brazos.

En gran medida, esta logística es un mecanismo de sometimiento que se ha ido aplicando con múltiples propósitos: Desde los más palpables e innobles, como someter primero a la mujer, luego a los esclavos y más adelante a los pobres, hasta los intangibles y más orientados a la catarsis, como es el hacer oficios para someter los pensamientos; principalmente los derivados del estrés y el desazón de las frustraciones. Puede que suene a disparate, pero se me ocurre que este tipo de sometimiento se pondrá de moda poco a poco en occidente, principalmente a partir del importante incremento de los hogares de un sólo (y solo) miembro, que por ejemplo en España, un país que valora tanto a la familia, ya representa el veinte por ciento de la población.

Papel Permanente

Del lomo le salían unas cuantas canas resecas, y las tapas mostraban un desgaste resistido con estoicismo. Las tripas padecían las ondulaciones propias de un cuaderno de escolar, pasado y repasado mil veces, aunque aquí con rastros de café y nicotina. Me sorprendió verlo con vida, nunca imaginé que recurrirían a los originales escritos a mano para obtener copias mecanografiadas de las partidas de nacimiento. ¡Que papel tan bueno!, pensé. Llevaba montones de años sometido a las inclemencias de la dejadez administrativa, y aún lucía enterote. Que tinta tan pertinaz, aún se leen perfectamente los nombres de mis padres y del finado prefecto que dio fe de mi nacimiento.

A pesar de la colaboración típica y necesaria que tuve que donar para obtener mi copia el mismo día, me vi obligado a esperar cerca de tres horas en el sopor de los treinta y cinco grados a la sombra de un pueblo en pleno caribe, lo que me dio para concluir que el papel es el mejor medio de almacenamiento, al menos para las cosas que importan. Vi ancianos solicitar copias de partidas de nacimiento de sus bisabuelos, y esos libros de actas rozaban lo inmortal. Sobre todo si consideramos que el CD que compré hace unos días, para respaldar mis documentos, decía: «…con una capa especial que le provee una durabilidad extra, garantizándole el perfecto estado de sus datos por hasta ocho años.»

Curioseado, me he puesto a averiguar y me he enterado que en efecto, existe incluso una norma ISO, la 9706, que define las características del denominado Papel Permanente y que es utilizado en los países del primer mundo para almacenar documentos e incluso exigido en las administraciones públicas.

La idea detrás del papel permanente es la durabilidad, que se define en la estabilidad química de los componentes utilizados para su fabricación, de manera que no se deteriore o degrade tan rápidamente con el tiempo. Algunas combinaciones para este tipo de papel han logrado durabilidad estimada de quinientos años, en condiciones mínimas de conservación. Así, cuando veo en algún museo, manuscritos originales encerrados en cristal, que tienen más de ochocientos años, plasmados en papel sin normas ISO ni ná, (como mi partida de nacimiento) pues es sensato confiar en estas estimaciones.

Aunque las especificaciones de los Discos Compactos fijan la durabilidad entre dos y ochos años, indican también un máximo de doscientos diez y siete años en condiciones especiales de humedad y temperatura, que obviamente, no son las más frecuentes en el hogar promedio.

Si me permiten un arranque retro, le sugiero a los que aspiren a perpetuar su paso por la tierra más allá de sus genes, que escriban de vez en cuando una carta de amor, odio, agradecimiento o perdón en papel, porque además es tangible, y así la cosa se siente. El email, probablemente terminará respaldado en un medio óptico apilado entre chistes malos y montañas de spam.

Aunque viéndolo bien, lo que nos haría falta es un papel meteorológico, porque el problema real, es que las palabras, escritas o no, se las lleva el viento.