Vía crucis normal.

En los laterales de casi todas las iglesias católicas –aunque creo que casi todos los templos de inspiración cristiana- se pueden encontrar unas imágenes que hacen referencia a las estaciones del vía crucis. Son catorce y recuerdan aspectos determinados de lo que, según la tradición, fue el último camino de Jesús. En la imagen que acompaña esta nota (que ya veo que llevo una redacción en onda retro) se pueden distinguir de derecha a izquierda las correspondientes a la segunda y tercera estación. Esta instantánea (decían los reporteros de antaño) fue tomada clandestinamente por este pecador el verano pasado, en un templo de la costa venezolana. Lo curioso de esta toma, es la irónica subestación que ha puesto el señor párroco en medio de ambas imágenes, y que claramente advierten sobre otro padecimiento que ya no tiene temor de Dios: La delincuencia.

Tomando como ejemplo el país sede del templo en cuestión, la catastrófica cifra de cien muertes violentas por semana, ha pasado a considerarse normal. Así, he podido leer en algunos foros, donde turistas europeos preguntan sobre la inseguridad en el país -tanteando una visita barata- respuestas asombrosamente patrióticas como: si, claro que hay, pero como en cualquier país del mundo.

La inseguridad es una epidemia. No existe casi ningún habitante, (incluyendo a los delincuentes) que no haya sido víctima o testigo de una acto terrorista. (la mejor descripción para las actuales iniciativas criminales) Por otro lado, los reportes oficiales, se han convertido en planillas con espacios en blanco, que los portavoces policiales repiten cada lunes por la mañana, con las mismas palabras, sólo variando las cifras.

En casi toda Latinoamérica, la aproximación de los gobiernos establece una relación directa entre la delincuencia y la pobreza (económica). Y en mi humilde opinión, pensar así, sin cuestionar la afirmación, es una claudicación intelectual colectiva. Si así fuese, el setenta por ciento de la población sería delincuente.

Salir de la pobreza, puede llevar años, y mitigarla no garantiza menores índices de delincuencia. El comportamiento honesto y cívico es visto ahora como un lastre y en algunos extremos, la delincuencia ha ascendido a regla de convivencia. En todo caso, me parece que es más eficiente luchar contra la pobreza, haciéndolo integralmente contra la delincuencia, que al revés. ¿Saben vaina que emputa la vida? Que te roben todo el sueldo subiendo el cerro, o en un secuestro exprés de la buseta camino de tu casa, después de romperte el lomo honestamente durante quince días.

Las sociedades-victima donde la delincuencia pasa a formar parte de su normalidad, se darán gobiernos que también lo considerarán normal. Que no se adjudicarán responsabilidad alguna y se presentarán ante los ciudadanos más como co-víctimas que como responsables. La pobreza y la seguridad son, en mi criterio, perfectamente compatibles. No así ésta y la resignación social, que exime a sus gobiernos; el desorden administrativo, que no castiga; la catástrofe educativa, que le pierde la pista al desertor adolescente y el sistema de salud que en algún momento del camino, se olvidó de la importancia del Lactovisoy.

Fume tranquila.

Ante Dios ella tenía coartada, pero no ante el camarero de esta mañana soporosa, que se reveló como un espía celestial y le sirvió el café con un dejo de compasión: Fume tranquila hermana, que no he visto a ninguna de las suyas por aquí. Y es que, como se sabe, hay pocas cosas tan difíciles para una monja, como fumar de incógnito, por más que haya dejado el velo en reposo y opte por una falda.

Las monjas fuman; y mucho. A dosis acorde con su contextura, las gordas fuman más, y en medio de un ahogo de ansiedad, martillan en el cenicero la colilla agonizante del primer cigarro, en lugar de utilizarlo para encender el segundo, sólo por experimentar el placer-ritual de oír el yesquero al parir el fuego. Como todo lo prohibido se hace en exclusiva, sólo les queda el recurso de clavar la vista en los dulces expuestos en el mostrador, para mantener el anonimato de la culpa.

Aunque parezca profano, se me antoja pensar que muchas lo hacen -eso de salir disfrazadas (sin hábito) a la calle- para ver si, como les está ocurriendo últimamente, dejan de ser invisibles. Ellas se han hecho conscientes de que están en medio de una crisis demográfica y que las candidatas modernas a ser llamadas por el Señor, navegan por Internet, envían sms, han visto a un hombre desnudo y llevan pantalón. Con lo cual, reclutar candidatas con el anacrónico hábito monjil, es lo más parecido a perder el tiempo.

La compasión femenina ha dejado de ser el monopolio de las congregaciones religiosas. Así, una división de voluntarias sin velo y sexualmente activas, libra batallas contra el hambre infantil, las enfermedades adultas y la soledad de los ancianos a lo largo y profundo del mundo. Curiosamente movidas, según dicen, por un terremoto espiritual, por un llamado especial, aunque auspiciadas esta vez por un montón de oenegés.

Probablemente, la dupla de motivaciones que quedan en activo para meterse a monja, sobrevive penosamente en los países del cuarto mundo. Donde, o bien lo hacen a lo Herzberg, por motivaciones higiénicas y así huir de la miseria, o por motivaciones espirituales, enfrentándose a ella desde sus entrañas y enseñándole los dientes.

El enfoque de la espiritualidad en este siglo es de lo más ecléctico: Más que un encuentro, se puede comparar con una búsqueda. Una, más dada a la libertad que al encierro. Más proclive a la trasgresión que a la disciplina. Más espontánea e íntima que liturgica. Y más nada, que no soy muy dado a la anáfora.

A mí las monjas me inspiran un profundo y honesto respeto. Imagino que en el primer mundo es muy difícil ser monja, sobre todo si se puede no serlo. Quiero decir, si se puede optar a servir al prójimo, que técnicamente es servir a Dios, y a la vez vestir a la moda, encontrar lo divino en un orgasmo y sobre todo, poder fumar tranquilo un sábado soporoso por la mañana.

email distantáneo

Una de las mayores desventajas del correo electrónico es su inmediatez. Su instantánea teletransportación al swing de un click. Un inconveniente que, sin embargo, no reside en el ingenio electrónico, sino que surge de un cruce de cables en el humano medio, que confunde la velocidad de la transmisión con la de la comunicación. Suelo ser constante en utilizar el correo electrónico para hacer preguntas no urgentes, aunque no menos importantes, a cuanto mortal (o no) me facilite una dirección. Y a causa de esa constancia, no hago más que estrellarme contra un muro de las lamentaciones virtual, construido a base de no-respuestas. Una ausencia absoluta de feedback equivalente al está reunido telefónico o el vuelva usted mañana del cuerpo presente.

Así, el email se me hace una herramienta inútil a la hora formular un reclamo, solicitar información, pedir un favor o realizar un trámite. De hecho, me inclino a pensar que muchas empresas ponen a disposición del público una dirección de email, por recomendación de un sobrino del dueño, que estudia informática; con lo cual es fácil suponer que no la lee nadie.

En el caso de las personas pasa algo parecido. Mucha gente lee su correo, pero muy poca lo responde. Si llevásemos un registro de clicks -que de seguro lo llevan- en los servicios de correo gratuito, es probable que el botón más utilizado sea el forward en lugar del reply o el new.

En fin. Termino haciendo lo que todo el mundo. Levantar el auricular, marcar el número y decir: Mire, le envié un email hace tres días acerca de… para escuchar del otro lado, un ¡ah así! lo que pasa es que no he tenido tiempo de…y tal.

A pesar de que google cotiza en Wall Street, ofrece correo gratuito de un gigabyte y nos juramos en la era digital (que no sé porqué se llamará así), se me antoja que aún le falta algo al email, para facilitar la comunicación instantánea. Y todo ello parece reducirse a una de cuestión de cultura, de paradigma, de asociación.

Me he fijado muy bien, y me atrevo a soltar, sin el respaldo de encuestas, que la gente responde más rápidamente a un SMS, que a un correo electrónico… tengo el pálpito de que es porque llega por un medio que asociamos con comunicación inmediata y no por el voluminoso y siempre asincrónico computador.

Actualización:
Compadre me ha hecho llegar este estudio revelador. No tiene desperdicio.
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