El primer indicio de que algo no iba bien, fue la generalizada tos gutural que rompió el respetuoso silencio de la homilía. Me refiero a esa tos a dos tiempos, con cabeza inclinada y que se vale de la mano, levemente empuñada, como caja de resonancia. Esa usada universalmente para advertir la imprudencia, el roce del límite.
Pero ese sólo era el principio. El cura invitó a los niños a subir al altar, y a sentarse en torno de la pila bautismal, que el evangelio del día iba del bautismo, la misa era la de los niños y pues se los explicaría de forma cercana. Era un joven cura extranjero, probablemente polaco, que hablaba un castellano correcto en gramática pero tan negado a la pronunciación, que sólo era comparable a la de los niños, cuando intentan leer las arcanas palabras de emanan de la Biblia. Tal vez por eso le entendían perfectamente.
El ambiente se fue caldeando poco a poco. Primero hacía preguntas a los niños – ante la mirada aterrada de las viejitas del asilo – sobre la teoría del bautismo. Les contó que bautizar era una palabra de origen griego que significaba sumergir y porqué se hacía con agua. Pero luego pasó a la acción. Se dispuso a representar, en plena misa, el bautismo: Escogió a un niño que hiciera de papá, otra de mamá, a los padrinos, sacó al niño Jesús tamaño natural del pesebre y hasta encontró voluntarios, para hacer de los ángeles modernos que revolotean sobre cualquier oficio religioso: Los fotógrafos.
Aquello tocó el límite. Los niños no lo notaron, porque estaban absortos en la lección pedagógica, pero de las columnas de la iglesia comenzaron a brotar hilos de sangre, al mejor estilo de las películas de terror clase B. Algunos fieles abandonaron el salón con el paso veloz de la indignación, y la atmósfera del templo se tiñó de un humo escarlata. Vamos, los signos típicos de la herejía.
¡Que vaina! Fue lo único que alcancé a pensar. Por una vez que me topo con un cura pediátrico, que explica a los niños con la sencillez necesaria para que le entiendan los adultos, y éstos van y se ofenden. A veces creo que la razón por la cual la Iglesia Católica es tan reacia a modernizarse, no hay que buscarla sólo en los pastores, sino también en las ovejas (para utilizar un lenguaje afín 😉 ) Pero aún así, yo que ellos, y a pesar del seguro temor de peder financiación, me arriesgaría a pastorear con otros métodos.
¡Pero con la buena prensa que esto les daría! Porque últimamente, cuando las palabras niño y cura aparecen juntas en la prensa – que lamentable – no es para resaltar el trabajo de curas como este, o el muchos misioneros anónimos que ayudan a capear el temporal eterno de la pobreza, a millones de niños del tercero y cuarto mundo…