Siempre me he preguntado, por qué los libros no tienen un sistema de clasificación por edades, como las películas o los programas de televisión.
Creo que los libros lo necesitan aún más. A ver: Hay libros teóricamente dedicados a los niños que los adultos no deberían leer, por salud. Y otros, que aunque tratan temas adultos, no todos éstos pueden aprovechar, por simple incapacidad de comprensión. Quiero decir, la mayoría de edad legal, no es una medida adecuada para clasificar las lecturas, tiene que ver más con una mayoría de edad mental.
En muchos libros, me he topado con un muro infranqueable en la décima página, mientras que otros amigos, mayores que yo, los leen fluidamente, como Condorito. También pasa al contrario, – y eso tiene que ver con lo de las madurez mental – llegamos a cierta edad en la que podemos disfrutar mejor de las obras que, supuestamente, eran para niños y nos aburrían en su momento. Así le ha pasado a mi amigo cyberf.
También existen libros que sólo deben ser leídos, en determinadas etapas de la vida. Deberían incluirse notas como: “Para un mejor aprovechamiento, léase luego de ser padre.” O advertencias como, “A su propio riesgo, ciertos pasajes de esta obra pueden herir la susceptibilidad de algún lector”. Noten que ni los libros de contenido erótico o sexual tienen ninguna advertencia, a fin de prevenir a los incautos. En fin, los libros se venden sin récipe, y la dosis queda a juicio de un facultativo inexistente.
Así que, lo que lees depende mucho del azar y poco de la orientación. Dar con el libro o autor que te enganche, sigue un camino de descubrimiento tan imprevisible, como el que te lleva a hallar, jubilosamente, el escondrijo que oculta las revistas-prohibidas con tetonas en cueros, de tu hermano mayor.