Una de las frases que más me incomoda encontrar en cualquier reportaje, nota de prensa, libro, revista y hasta tele venta trasnochada, es esa de “estudios o investigaciones” han demostrado que tal o cual cosa es cierta. Hay muchas variantes de lo mismo, como la célebre “científicamente comprobado”.
Estas frases no son más que un llamado a un acto de fe, un intento por tratar de dotar a lo dicho, de un aura de seriedad y credibilidad que por si solo probablemente no tendría.
Obviamente, no ha de confundirse esto con aquellos que hacen referencia expresa al estudio en cuestión. De hecho, hay algunas frases con las que se puede ser benevolente y hasta propiciar su uso, como cuando indican que “expertos recomiendan” o los “entendidos en el tema aseguran que…” pero es que la de los estudios a secas me resulta inaceptable.
Con ese argumento intentan que todo cuele: cursos de inglés donde aprendes sin estudiar, un aparato para adelgazar con sólo 3 minutos al día, la inocuidad de alguna medicina alternativa, la posesión de armas peligrosas por parte de algún tirano babilonio, etc.
Ciertamente no sé de dónde viene la manía de utilizar dicha frase, pero cuando realmente te pones a investigar sobre un tema y te encuentras con ella, y tratas de dar con los citados estudios, te topas con la versión documental de que aquello me lo dijo una prima que tiene un amigo que es cuñado de la señora que saca a pasear al perro de la esposa del científico que trabajó de auxiliar de algún gurú del asunto y lo dejó plasmado en sus memorias.
Como ven hay cosas que no cambian, ya que no hay mucha diferencia entre esto y el charlatán que iba por los pueblos del Caribe vendiendo el elixir de la juventud y la cura definitiva contra el mal de ojo… sobre todo cuando estudios científicos han demostrado que el mal de ojo sólo se cura rezándolo. 😉