Lo cortés no quita lo valiente

De Sinatra se podrá decir de todo, pero hay un detalle que, como artista [atención: se aproxima un lugar común] acrecienta su leyenda: Se tomaba la molestia de presentar las canciones, mencionar y agradecer a sus autores y mimar al arreglista diciéndole lo bien que le había quedado el tema. No era una cosa falsamente metódica, pues no lo hacía con todas las canciones todo el rato; pero siempre que estrenaba una o cantaba ante un público poco avezado las introducía amablemente.

Hoy, prácticamente nadie lo hace. De hecho, probablemente muchos cantantes ni sepan quién ha escrito la canción que le da de comer.

Razón tenía mi madre: ¡De malagradecidos está lleno el mundo!

Madrugada

Hay sensaciones de extrañeza aprendidas en la infancia que se quedan para toda la vida. En mi caso hay una que pervive con fuerza y está relacionada con las madrugadas. Normalmente las madrugadas son invisibles, pero en ocasiones, te encuentras en esas horas atípicas en sitios no acostumbrados; como cuando tienes que tomar un vuelo a primera hora o tener que permanecer en una terminal de autobuses esperando a que amanezca.

Alguna vez al año mamá nos mandaba a acostarnos más temprano de lo habitual porque al día siguiente saldríamos de viaje. Un viaje de normal corto, de ida por vuelta para comprar mercancía en la frontera, pero que para aprovechar al máximo solíamos iniciar muy temprano. Recuerdo que en medio del sueño, vivía aquella experiencia con el afán de descubrimiento de seres extraordinarios, como aquel señor que vendía café en termos de medio metro, con tapón de corcho y estampados irlandeses; y otros pequeñitos que ofrecían empanadas de queso en neveritas de anime1. Yo pensaba en que apenas eran las cuatro de la madrugada y que para venderlas aún calientes, probablemente no habrían dormido, y que eso de freír empanadas sin dormir era muy peligroso.

También estaban los choferes, que definitivamente eran seres de otro mundo. Con movimientos lentos y embolsillados daban vueltas a su vehículo como velando armas; y hablaban entre ellos para reconstruirse el parte meteorológico del día anterior, advertirse los daños en la carretera y relatarse sin dramatismo los horrendos accidentes que habían presenciado. Yo les escuchaba muy atento. Eran maestros no reconocidos de la narración y me mantenían en vilo hasta el último momento. Revoloteaban igualmente por allí una cuadrilla de porteadores que ofrecían sus servicios de supuesta poca cualificación, pero que al verlos hacer equilibrios con los sacos de azúcar y café, se ganaban el rango de superhéroes en mi imaginación.

Y entonces, pasaba lo de siempre. De repente, aquel silencio de contemplación se rompía abruptamente, como si todos los que querían ir a la frontera a comprar barato aparecieran de debajo de las piedras a la vez e inundaran de bullicio el encanto de la madrugada. Es curioso cómo esa misma sensación puede reproducirse casi en cualquier parte del mundo con personajes muy parecidos, lo que me lleva a pensar que las madrugadas se parecen entre ellas sospechosamente. ¿No será que estos seres mágicos van saltando entre los husos horarios y son los mismos actores haciendo distintos papeles? Todo muy raro, la verdad. Pero el piloto que veo desde la ventanilla del avión inspeccionando las alas y el tren de aterrizaje con una linterna, lo hace como velando armas; con los mismos movimientos lentos y embolsillados de aquellos choferes de mi infancia.

Magia.


1.- Poliestireno expandido. Poliexpan en España.

¿Caducidad Programada?: No problem

El debate sobre la caducidad programada saca su cabeza de entre la vorágine de las noticias de cuando en cuando. Siempre se le asocia a una práctica obscena por parte de los capitalistas salvajes, que debe ser castigada y condenada, pero la verdad, poco más análisis se lleva a cabo. Lo cierto es que es un principio de diseño que ha estado allí desde siempre, incluso la misma naturaleza nos diseña con fecha de caducidad. Lo que me constriñe es el seguimiento mediático que se le hace en detrimento de otra cosa más importante y que ocasiona más problemas de sostenibilidad que la caducidad programada: La creciente falta de calidad.

Entre las muchas cosas buenas y malas que nos hemos dado con la globalización, está la estandarización, a la baja, de los procesos de calidad que ha venido inducida por las muy aceptadas estrategias low-cost. Es decir, yo te hago cualquier cosa muy barata a cambio de que asumas que se sacrificará el control de calidad; que aquello que compres puede que no te funcione a la primera o a la segunda (o la tercera). Es decir, no se sacrifican materiales y configuraciones, sino el control de calidad mismo.

Así, una cosa es tener la certeza de que algo te funcionará desde el principio y aceptablemente bien durante un tiempo determinado, y otra el no saber en absoluto si funcionará a la primera y por cuánto tiempo. Y con lo que veo a diario, es un fenómeno muy extendido y con variadas consecuencias. Por ejemplo: ¿alguien ha visto la cara que se le queda a un niño cuando su regalo de Reyes no funciona? ¿Y la que tienen que inventar los padres para explicarle que los Reyes tienen un departamento de reclamaciones y eso? En estos y muchos otros casos, ni siquiera se trata de un problema de precio bajo, sino de falta absoluta de los más mínimos controles de calidad, de que lo que has especificado en tu producto, se cumpla durante la fabricación. Parece que sólo duele cuando se trata de productos con alto precio, pero pasa en toda la gama.

Ciertamente, hay industrias que no podrían sobrevivir sin la caducidad programada, como la de la moda, por ejemplo, pero cuando se suma la baja calidad, estamos ante un grave problema, porque afecta directamente a todos los miembros de la cadena, especialmente, a nosotros.