En términos burdos se suele culpar a la inmigración del abaratamiento de los salarios de las clases trabajadoras nacionales, especialmente de la mano de obra no calificada (todo un eufemismo). También es una creencia típica aquella que asegura que otros vienen de fuera a quitarle puestos de trabajo a nuestros hijos. Tiene lógica, ¿verdad?
Si usted piensa que la inmigración produce este y otros efectos y encuentra a otras personas que piensen igual y a un político con arrastre que refuerce el argumento, no hay nada que pueda hacerle pensar que no tiene la razón. El problema es que cuando uno no da espacio a la duda y está convencido de que tiene la razón puede que termine desarrollando una incapacidad crónica para darse cuenta de cuando no la tiene. El síntoma definitivo, el que indica que se ha he llagado al llegadero, es cuando se adquiere la habilidad de tratar con desdén al prójimo sin inmutarse; cuando se siente la gracia del don de la infalibilidad argumental. Es un fenómeno observable entre hermanos, amigos, parejas, en el cole, el trabajo, en países y también entre éstos. Pero el gran riesgo de esta actitud, es obviar el origen real de los problemas o de impedir prever los cambios que vienen, porque lo que termina importando es demostrar que se tiene la razón aunque esto implique aplicar soluciones simplistas a problemas complejos.
Recuerdo que cuando me ofrecieron mi primer trabajo en el exterior condicionaron mi permiso para ejercer a que no hubiese un desempleado nacional que pudiera realizar la misma función y quisiera hacerla. Una obligación legal que me pareció justa. Una protección basada en la premisa de la que hablamos más arriba con la intención de proteger el empleo interno. Pero, ¿cuántos países de Occidente mantienen alguna legislación similar para evitar que un robot industrial o una automatización por software le robe puestos de trabajo a nuestros hijos?
Durante los últimos cuarenta años los robots industriales y de servicios (software) han quitado a los nacionales muchos más puestos de trabajo que la inmigración, incluyendo la ilegal, y esto va a acelerarse en los próximos años. No propongo poner puertas al progreso, ni evitar que la producción sea más eficiente, pero para que la economía funcione se necesita que el flujo circular de la renta de los humanos no se desequilibre, y el desempleo es un factor que lo hace. Es un problema complejo, que incluye repensar el sistema educativo, el modelo productivo y diseñar las estrategias para un inevitable mundo globalizado, entre otras cosas, pero también pensar en otros factores, como poner algún tipo de límite que impida que si hay una labor que pueda hacer un nacional de forma eficiente o cuasi eficiente, no «venga una automatización de fuera a quitar puestos de trabajo». Que existan ratios que limiten la sustitución de humanos por máquinas, que haya sectores protegidos, que no existan sustituciones banales o que los patronos «coticen» por las máquinas.
El grandísimo BIll Joy ya exponía la dimensión ética del avance tecnológico en su conocido artículo Why the future doesn’t need us. Y en estos diecisiete años desde su publicación siento que el nivel de avance al cuál se refería está alcanzando proporciones cercanas al gran salto necesario para que nos empecemos a preocupar. Así que la próxima vez que un político levante el dedo para buscar a un culpable que le de votos, haga un esfuerzo y dude, que puede que el futuro no nos necesite.