Sota, caballo y rey

 

Mira Leslie: La investigación básica y el desarrollo están hechos. Sólo tienes que hacer unos diseños aproximados, darles forma final, construir algunas plantas, organizar una fuerza operativa y tu trabajo habrá terminado y la guerra también.

Así fue como le vendieron la cosa al General Groves para que se hiciera cargo del Proyecto Manhattan* aunque él lo que esperaba era una asignación en el frente. Ese escenario de poca cosa terminó empleando a ciento treinta mil personas de forma directa en treinta localidades distintas, costado veintiséis millardos de dólares de los actuales y matando a más de cien mil personas.

Aunque pudiera resultar una decisión normal el que un país en guerra pusiese bajo mando militar el desarrollo de una nueva arma, lo que sí resulta extraño, en perspectiva, es que se eligiese a un miembro del cuerpo de ingenieros. Sin embargo, cuando se escarba un poco, resulta del todo lógico para un proyecto que se llevaría el 90% de su presupuesto en obras de infraestructura. Aquéllo fue, con creces, el ejercicio de gestión más complejo llevado a cabo jamás hasta la llegada del Programa Apolo. A mi juicio, el Project management se cimentó sobre la marcha en aquellos tres años en los que se fabricó la primera arma atómica.

Groves terminó compartiendo el destino paradójico de otro personaje de la Segunda Guerra Mundial, el General Patton. Una vez la misión cumplida y con una aproximación altamente eficiente, fueron relegados de sus respectivos campos, alegando específicamente, la misma razón por la fueron elegidos para las misiones: Su particular estilo de liderazgo. Uno arrogante, insensible y con propensión a saltarse las normas preestablecidas. Termina siendo algo que se aprende con la experiencia, pero es una verdad como una casa. No existe un liderazgo bueno o malo, sino el necesario para cada tipo de proyecto y que en todo caso, no es una garantía de futuro, a menos que ese estilo mute con la situación. Y eso, hay pocos personajes excepcionales que lo logran.


*Por si acaso: El nombre clave del proyecto que construyó «secretamente», la primeras bombas atómicas de Uranio y Plutonio.

 

 

Cuestión de ejemplo

Dieciocho meses después se dieron cuenta del error y tuvieron que mandar a traer niños. El señor cura se quejaba en sus reportes semanales de que carecía de bestiecitas que evangelizar, ya que las nuevas parejas —que a duras penas se habían formado—, no cuajaban prole. Al parecer, se debía al efecto que la humedad repentina causaba en las mujeres. Se conoce que aún no estaban hechas a la meteorología local. Eso trajo consigo otros problemas seglares, dado que comenzaron los unos y las otras a descubrir los aspectos beneficiosos de ayuntarse sin riesgo de descendencia.

San Edermo se llenó de júbilo cuando llegaron los niños. Fueron repartidos por criterios fenotípicos, de tal forma que sus padres y madres sobrevenidos mantuvieran cierto parecido en barbilla, pelo, nariz y ojos. Querían ahorrar a los críos explicaciones futuras y aunque eran todos expósitos, aún estaban en la edad propicia para que los recuerdos fueran los que se les mandaran tener. Así, aún quedan en la tradición oral anécdotas que los contemporáneos han recibido de sus ancestros basadas en recuerdos de hechos verídicos que jamás existieron.

Una vez acostumbrados al estruendo de las agudas voces de los recién llegados, el señor cura realizó un bautismo colectivo sorteando los nombres del santoral e instaurando la costumbre de combinarlos para darle originalidad. Si se mira con cuidado, en un lateral del Arco del Triunfo puede verse un grabado que recuerda el momento en el cual se le otorgaba el Gran Cordón de San Edermo en su primera clase a señor cura como padre de la iniciativa. Entre otros considerandos destacaban que, como consecuencia de la misma, se vieron activados los humores de los unos y las otras, y así las parejas del pueblo comenzaron a reproducirse por sus propios medios. Debajo del grabado aparecen en latín las palabras con las que don Eleazar solía resumir su logro: Sólo les faltaba el ejemplo.

[Domingo de Reposición] IV

Publicado Originalmente el 4 de Abril de 2004.

Canción Demanda*

El problema con las revoluciones es su obstinada costumbre de morir en cuanto alcanzan el poder. Junto con ellas, se llevan un portafolios de principios e inventos valiosos que le permitieron unir esfuerzos y ganar adeptos -y algunos adictos-, en su camino hacia el ansiado cambio. Las revoluciones suelen ser alcabalas de estafa que sucumben demasiado rápido al exceso de expectativas y a la frustración colectiva. Me he enterado de pocas que realmente hayan logrado ser algo más que la consolidación de algún mezquino proyecto personal. De todos esos inventos de «vocación revolucionaria», a mi el que más me gusta, por honesto -aunque también ha muerto- es la canción social o protesta.

En la segunda mitad del siglo pasado, surgieron diseminados por toda Iberoamérica cantautores para todos los gustos, que clamaban valiente y honestamente por una infinidad de reivindicaciones sociales: La libertad sindical, la reforma agraria, peticiones a Dios para que los protegiera de la indiferencia, o sencillamente canciones-relato que narraban la (aún) depauperada realidad de los pueblos oprimidos, como solía llamarse entonces a… los pueblos oprimidos.

Eran hombres y mujeres con corazón y guitarra que afinaban sus letras para llegar al pueblo esquivando el «intelecto» del tirano de turno. Los más osados cantaban con el estilo simple y contagioso del decreto: Si se calla el cantor, calla la vida. Otros hacían señas por las ventanas, a modo de coplas-axioma que retumbaban en el tarareo de sus protagonistas: Las entrañas de la tierra / va el minero a revolver. / Saca tesoros ajenos y muere de hambre después. Luego, surgieron poetas de tierno vozarrón que mostraban temerariamente el pecho con letras que no pierden actualidad: ahora que el petróleo es nuestro / no hablo de carne mechada / porque así le queda al pueblo / en la manifestación.

Eventualmente, la canción social tocó los bordes de la sofisticación y se mudó a una nueva forma de trovar, elaborando letras de amplio espectro que solían, en su ambivalencia, confundir al menos incauto: Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan / para que no las puedas convertir en cristal./ Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo. / Ojalá que la luna pueda salir sin ti. /Ojalá que la tierra no te bese los pasos. Poesía tan hermosa como ésta, bien podía dirigirse a un oscuro imperio de algún punto cardinal, o a aquella chica despiadada y presumida protagonista de tu primer desengaño de juventud.

Los tiempos han cambiado y cosas como la reforma agraria y el hambre no han dejado de ser lo que eran: Sinónimos de promesa incumplida. Así, bien que las revoluciones «triunfen» o «fracasen» pierden en consecuencia su capacidad de autocrítica. En el primer caso, por complicidad, y en el segundo por descrédito. La canción protesta debería asemejarse más a un vigía experto, que levante la voz ante las injusticias. Hay muchas más vergüenzas patrias hoy en día, en toda Iberoamérica, a las cuales dedicarles una canción. De hecho, yo la llamaría canción demanda para estar a tono con los tiempos. A ver quién se moja.


Hace unos días me encontré con algunas canciones de este tipo como fondo de un documental histórico. Con respecto a lo que escribí en su momento no he tenido un cambio de opinión, pero sí creo que hay una aspecto no explotado en mi nota original. Los que cantaban y los que escuchaban, en su mayoría, no fueron más que instrumentos. Cuando uno cree en algo, hasta lo canta. Si no hubiese sido porque era un fenómeno típicamente de izquierdas, creo que la derecha también se hubiese decantado por él. Sería un interesante ejercicio imaginar las letras.