Es posible que el grado de innovación de la industria de un país dependa de la pizarra (también llamado pizarrón). Me refiero a ese objeto voluminoso utilizado en la escuela para facilitar la visualización de temas, conceptos, dibujos, esquemas, fórmulas y desarrollo de soluciones.
La pizarra es el primer medio de aprendizaje interactivo, aunque mucha gente adulto-contemporánea no recuerde con agrado sus «pasos a la pizarra». Es que los maestros de antes tenían poco tacto, y en lugar de llamarlo a uno por su nickmame lo hacían por el apellido. Así, cuando te pedían conjugar algún verbo o resolver una ecuación ante tus compañeros, la sensación de estar en el paredón no se te quitaba.
Cuando se utiliza para análisis y solución de problemas es genial. Te permite una amplitud de miras proporcional a su tamaño. Te permite exponer, solo o en compañía, las distintas alternativas y ver asomar todos los factores que puedan afectar el tema tratado o, al menos, propiciar esa visualización.
A la hora de crear, analizar y solucionar, el tamaño importa. Sobre todo cuando se hace en equipo. Frente a una pizarra todo el mundo puede ayudar, cómodamente, a configurar un mapa colectivo de entendimiento de la solución. La pizarra facilita tachar, agregar, reestructurar, resaltar, comparar y hasta desahogar (se le puede dar puñetazos enfatizantes). Pero antes que nada, permite pensar de pie, que aunque parezca irrelevante, me gusta más, pues permite hacerlo con todo el cuerpo. Quiero decir, facilita que el lenguaje no verbal intervenga más abiertamente en la comunicación con uno mismo y con el equipo.
Lo curioso es el desprestigio progresivo que la pizarra arrastra una vez que sale del ámbito educativo. Al menos en España. He conocido muchas y variadas organizaciones en mi vida profesional, principalmente en el ámbito tecnológico, donde la creatividad y el pensamiento en equipo es básico; y en ninguna de ellas he visto una pizarra. He estado en salas de reuniones provistas de la más avanzada tecnología en proyectores, video conferencia, conexiones de red, pero lo más cercano a la pizarra que he encontrado, es ese atril donde se cuelgan unas tristes láminas de papel. Cada vez que me toca escribir en ellas, me corto, para mi es pensamiento antiecológico.
Siempre que leo reportajes sobre las empresas que inventan lo que nosotros compramos, me topo con alguna pizarra de fondo en las fotos que lo acompañan. Inquietante cuando menos, ¿no?
Aquí, cuando llega la hora de pensar, de exponer, la gente apela por un diminuto folio en A4 donde constriñe sus ideas. Y así nos va. Cómo vamos a dar con grandes productos y soluciones con tan corta amplitud de miras.