Nos casamos in extremis, un mes antes de que naciera la niña. Siento no haberles avisado, pero es que, como medida de emergencia para ahorrar para la boda, Cristina decidió prescindir hasta ayer de todos los servicios no esenciales (desde su punto de vista) y lo primero en caer fue la banda ancha de Internet. Luego mi móvil, mi play, el canal satélite y mi suscripción a la Muy Interesante. Lo que más me afectó fue la falta del canal satélite, durante los siguientes cinco meses me vi obligado a seguir la liga en los bares y en la radio. Pero no me preocupa, ya la convenceré de contratarla otra vez, por las bondades pedagógicas del Disney Channel.
El día en que nació la niña, con tanta euforia, estuve tentado a irme a un cybercafé para contároslo. Pero mi suegra me miró muy feo cuando, para ver si colaba, asomé la posibilidad.
Aunque me hacía ilusión una boda por la iglesia, con la que en un primer momento Cris estuvo de acuerdo, a su familia le pareció deshonroso que su hija fuera de velo, corona y tripa. Que preferían el pecado a ser la comidilla del barrio. Total, como el pecado imprime hoy en día un aire de rebelde modernidad a las familias, se decantaron por el progresista enlace civil.
Nos casaron un jueves a las once y media de la mañana. Para fin de semana no había cupo hasta dentro de un año y si esperábamos, el bebé no nacería dentro de una familia, como quería Cris. El alcalde alegó objeción de conciencia por verse obligado a celebrar una boda en un día tan desafortunado como un jueves, así que nos terminó casando un concejal de izquierdas enternecido por nuestro progresismo.
Fue una boda íntima. Mi padre no asistió porque tenía cita con el urólogo y ya saben como está la sanidad pública, si la perdía, pues otros seis meses de espera. En su nombre mandó al tío Andrés, un coronel jubilado herido en la batalla del Jarama. Mi padre pensaba que con su traje de gala militar y el lustre de sus condecoraciones, aportaría un toque marcial al acto. La cosa fue que ante él y otros pocos invitados, casi todos conocidos jubilados de los padres de Cristina y algunos amigos míos en el paro, nos dimos el sí quiero. El toque de tensión, que incluso provocó pequeñas contracciones en el útero de Cristina, fue cuando se presentó Antonio, nuestro amigo el actor porno, con tres compañeras del curro. Habían interrumpido el rodaje de una peli para asistir a la boda y, no estando en su intención llegar tarde, salieron pitando con lo puesto, que era más bien poco.
Al trabajador español, cuando le nace un hijo, le dan dos días de permiso remunerado. Pero cuando se casa disfruta de quince días con sus noches. Es raro, a mi me parece que necesitas más tiempo para adaptarte a un desconocido (tu hijo) que a tu mujer, que si vamos a ver, ya la conoces de antes. Aunque… no sé yo… dicen que con el papel las mujeres se transforman y eso lo habrá tomado en cuenta el legislador para determinar la duración de los permisos. No hay que olvidar que casi todos los políticos son hombres. Lo cierto es que, en nuestra cultura, aumentarían los índices de natalidad si nos dieran un mes por nacimiento (o bajaran el precio de los pisos)
Bueno, otro día sigo. La niña reclama su comida, o que la cambie, o que la mime, no sé. A mi todos los llantos me parecen igual. Pero la atiendo ya, como a su madre, no le gusta esperar y no quiero que me acuse con Cris, porque me quita Internet. Que aunque la niña no habla, son mujeres y se comunican con su sexto sentido.
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