Esta nota se iba a llamar “Cómo piensan los profesionales”, pero como ya saben, tengo una manía que me invita a extrapolar mientras pueda. De hecho, ahora que voy por la tercera línea se me acaba de ocurrir cambiarlo, pero estoy luchando con la manía y así se queda. Sólo aclarar que extrapolo, que no necesariamente desemboca en la generalización.
La idea va de por qué la gente, en las contadas ocasiones en las cuales se ve forzada a pensar, piensa como lo hace. Quiero decir, sin tomar en cuenta todos los factores, sin arriesgarse a realizar asociaciones no convencionales, sin aplicar su conocimiento a otros campos y sin hacer diagnóstico. Vamos, que me da vaina que, por ejemplo los profesionales, se pasen una temporada en la universidad para luego no sacarle fuego a su cerebro. Al menos, en el área de conocimiento que han escogido (si han tenido oportunidad) para ganarse la vida.
Cuando era un muchacho, me inventé un taller de creatividad llamado Intellectus. Me paseaba “tallereando” por algunas escuelas secundarías de mi ciudad con tan poca receptividad que incluso los directores de los colegios se mofaban de mi iniciativa llamándole Eucaliptus. Hubo uno que me lo dijo bien claro: Para qué un muchacho va a necesitar ser creativo, con eso no se come. Bueno, con mis batallitas sigo otro día. Lo traigo a colación porque en ese programa, tenía un juego de asociación en la intentaba que los muchachos aplicaran sus conocimientos en contextos totalmente diferentes a los habituales: Les pedía cosas como que buscaran semejanzas entre una guía telefónica y una mujer embarazada o les daba un conjunto de elementos dispares y les pedía que inventaran nuevos productos a partir de la combinación de los mismos. En otras palabras, hacer lo que la gente que se hace rica hace.
Los resultados no dejaban de sorprenderme. Siempre encontraba un porcentaje constante del grupo que daba con pensamientos complejos, asociaciones geniales y razonamientos innovadores. Asimismo, se me antojaba un enigma que siempre fueran alumnos poco brillantes – académicamente hablando – e incluso lentos en el aprendizaje.
Pero pensaban que daba gusto. Pensaban de la forma en que los profesionales de hoy en día casi no piensan, a menos que determinada manera de pensar forme parte de un método aprendido que tienen que utilizar. Quiero decir, el profesional medio casi no usa la probabilidad como factor determinante en la resolución de problemas, tampoco la tendencia estadística; tira poco de la factorización, no hace inferencia y está reñido con el ejercicio de la analogía.
Hasta el más simple catalizador del pensamiento creativo en la resolución de problemas, es decir, el preguntarse uno mismo “qué pasaría si”, se oxida en la rutina. Sé que en este comportamiento incide notablemente el entorno, la cultura de la empresa y de la sociedad. Pero si queremos alinearnos en una corriente de una sociedad basada en el conocimiento como pilar del bienestar, tenemos que replantearnos si la forma en la cual pensamos y enseñamos a pensar a los nuestros, nos conduce a ella.