El buen trabajo en equipo es un misterio. A primera vista, aunar los esfuerzos de varios individuos para realizar una única tarea, pareciera ser una contradicción de la propia naturaleza humana, sin embargo, nos solemos decantar por hacer (o ver hacer) cosas “entre varios”. En las fases primitivas del trabajo en equipo, se sentaron unas bases simples que maximizaban la eficiencia en el logro de las metas: Beneficio equitativo (comida para el grupo) y gratificación inmediata (la explosión de adrenalina de enfrentarse al peligro y salir ileso). Esas primeras escenas de trabajo en equipo eran de muchos contra uno. Contra un uno diferente. Una presa animal superior en fuerza y agilidad, pero inferior en inteligencia. Bueno, según la presa.
En la evolución del trabajo en equipo surgió la necesidad de dar caza a los pares. A unos como nosotros mismos que, por las razones que fueren, se convertían en una amenaza. Surge la guerra, una forma de trabajo en equipo científica, donde curiosamente las bases siguen siendo las mismas, pero el componente equitativo del beneficio tiende a desaparecer. En la guerra, el riesgo está asociado a los componentes más bajos de la jerarquía y la gratificación a los más altos, quienes definen la estrategia.
Luego, como no era plan el estarnos matando todo el rato (que todavía) nos inventamos los deportes. Para esa época, habíamos descubierto ya la agricultura y con ella, el tiempo libre. La cosa está en que, en la mayoría de los casos, para quitarnos la morriña de la guerra tirábamos del trabajo en equipo para los deportes también. Así, entre los más populares se encuentran aquéllos donde las cosas se hacen con más de uno.
Entre ellos, las bases siguen siendo esencialmente las mismas, distribuyendo el beneficio y la gratificación de distintas formas y proporciones entre los miembros del equipo. Salvo el fracaso, claro está, que en los buenos equipos, casi nunca se individualiza.
Pero la más curiosa de las distribuciones, es la que se presenta en aquellos deportes donde el mayor riesgo y la más alta gratificación se concentran en un único individuo y aún es trabajo en equipo. Por ejemplo, la Fórmula 1 y el ciclismo.
Lo que llama la atención de estos deportes, es lo determinante que puede ser en el logro de los objetivos, un factor que no aparece en otras disciplinas: La sensación de soledad. Si un piloto siente soledad, puede pensar, en los triunfos, que no han sido fruto del trabajo en equipo sino una proeza personal, lo que desencadena un exceso de confianza negativo. La paradoja se da en los fracasos. Si la sensación de soledad está justificada por un pobre desempeño del equipo, sólo una proeza personal puede hacer que se alcancen las metas.
¡Ánimo Nano!