El logro más grande de la fotografía, fue democratizar una de las habilidades humanas históricamente reservada para los ricos y poderosos: posar.
En los inicios de la popularización de la fotografía, posar era, para la gran mayoría, equivalente a quedarse inmóvil, tenso, expectante, serio y más que observando, escrutando el objetivo como gallina mirando sal. Hacerse un retrato, como se decía antes, era una atracción de feria, un capricho innecesario y pueril que no se utilizaba para inmortalizar un momento, sino para complacer caprichos.
Posar es incertidumbre pura. Es imaginarse el reflejo de uno mismo y arriesgarse a verse como te ven los demás y no al revés, como nos presenta el espejo. Y para esto, uno adopta una postura antinatural, aunque luzca agradable a la vista. Cuando veo a gente posando (siempre que yo no fotografíe) me tomo el tiempo para observarlos y aprender alguna que otra cosa de su personalidad, porque en ese instante de inmovilidad suelen comunicar esa aspiración secreta de cómo les gustaría ser vistos por los demás.
De muy pequeño me encantaba posar, porque era lo más parecido a detener el tiempo, era jugar a que durante el instante de la pose todo se detenía hasta que el obturador te hacía un guiño y este lapso era más o menos corto (y a veces desesperantemente largo) según el grado de decisión del fotógrafo.
Tal vez lo que nos diferencia de aquellas poses eternas frente a retratistas a las que se sometían los ricos y famosos antes de la existencia de la fotografía, sea que, al ser instantáneas las modernas, uno no dispone del tiempo de reflexión del que disponían ellos. Porque sería una oportunidad única. Imaginen que para sacar el pasaporte, tuviésemos que hacernos un retratito con pose de unas tres horas. Tanta inmovilidad daría para muchas reflexiones. (o aburrimiento desesperante, comezón nasal o simplemente dolor de culo.)
Después de viejo no tengo contemplación con las poses. Soy implacable. Con una cámara en la mano, intento capturar a las personas y los instantes de la forma más natural posible, porque si tengo suerte logro detener el tiempo cuando aflora la sinceridad de una sonrisa o la espontaneidad de una mueca. Y detrás de ellas, esa naturalidad genuina, tan fugaz que sólo puede ser atrapada con la complicidad de un obturador.