Nota del Cartero

Hola queridos lectores. He hecho recientemente una actualización del software que utilizo para publicar mis Cartas Jeroglíficas. Por oxidación, me ha costado un poco subsanar el producto de la dejadez de no haber hecho ninguna actualización durante estos dos años y medio, pero creo que ha quedado bien. La única diferencia que espero que noten, es que no entre ya tanto spam.

Me faltan algunas cosas por terminar, pero lo básico funciona. Si ven que algo no va bien, por favor, griten.

Un Abrazo y mis gracias reiteradas por pasarse por aquí.

Cristina (o yo) quiere un papel

Mientras se desayunaba su primer bostezo, Cristina me secuestró la atención con un aclaramiento de garganta inusual. Aunque a esas horas me cuesta diferenciar entre la realidad de la cama y la fantasía del mundo real, había algo que no me resultaba familiar. Me gustaría que mi hijo viniera al mundo en una familia. Levanté la cabeza de la almohada con los ojos achinados, no de asombro por lo que Cristina acababa de decir, sino por el reflejo retrechero de un sol-abuelo, de esos que van por las habitaciones levantando a los nietos que no pueden arremolonarse ni en vacaciones.

Cristina es infinita, pensé. Aún había un algo de fondo que le dejaba un aire forastero a esa mañana, pero no podía dejar a Cristina sin réplica ante una afirmación así de contundente, porque ella interpreta mis silencios como resignación y aunque siempre tiene razones para hacerlo así, hoy no era el caso. A ver Cris, ¿y que se supone que somos tu y yo? Comenzó la disertación a la cual le di pie, a la par que cogía del armario su falda escarlata. Tú eres el chico con el que salgo, mi pareja, mi cuarto de mandarina, mi compañero inmobiliario o incluso mi novio, pero definitivamente no somos una familia. Para ser una, haría falta el trámite del altar. A una familia la crea un contrato por escrito, no un acuerdo de palabra. La rige la obligación, no el voluntarismo. Por favor cariño, la familia es distinta porque la protegen las apariencias y se mantiene unida por la tozudez y el amor propio.

Antes que siguiera, me incorporé definitivamente y adopté la posición serena de quien ha descubierto una patraña. Sólo había una explicación para tanto despropósito junto. Esta no podía ser mi Cris, y en efecto no lo era, porque mi Cris, no bosteza.

Mientras me desayunaba mi primer bostezo, Cristina me secuestró la atención con un zarandeo no acorde con su estado de gestación, me descobijó los pies (sin ellos a cubierto no puedo seguir durmiendo) y me recitó resignada su poema matutino: ¡Levántate que son las seis y apaga de una vez el bendito despertador!

Pasé todo el día en el andamio, reflexivo de profundidad. ¿Sería justo para con mi hijo, el que viniera al mundo sin que Cristina y yo formalizásemos lo nuestro? Yo pensaba que éramos una familia, pero Cris, aún en sueños, suele tener razón y sin el papel pareciera que decirse una familia es como intentar pagar un café con los billetes del monopoly. Mi hijo, como todos, vivirá del qué dirán, de las apariencias, de las frustraciones ajenas y del estreñimiento de envidia de los vecinos, vamos, del kit de supervivencia occidental y yo ni siquiera le podría dejar en herencia una familia de la cual despotricar de mayor, tener conflictos decembrinos y reconciliaciones en directo en el Diario de Patricia.

No sé que hacer, será mejor que lo hable con Papá, que aunque habla poco, arma bronca por navidades; se lo pasa comparándome con el hijo del vecino (el que estudió) y me dice que limpiar ventanas no es trabajo, es la única familia que tengo.

Vida inmobiliaria
Cristina se ha vuelto loca.
Cristina y el Porno (y Antonio).
Cristina ronca como un camionero
Pequeñas Tragedias Veraniegas III (Concepciones)
Somatizado
Cristina es mi Viceversa

 

Profesión de respaldo.

Existen profesiones que no pueden ser ejercidas toda la vida. Que por razones sociales o tecnológicas, o simplemente por condicionantes del mercado laboral no pueden tener una continuidad sana y fructífera en la vida de quienes la ejercen. La vida laboral de algunos deportistas es el referente de esta realidad. Pero en las nuevas tecnologías, probablemente se esté fraguando una situación que haga que ésta le pise los talones. Es un fenómeno que puede extenderse a muchos ámbitos laborales que necesiten mano de obra especializada, la más requerida en occidente.

El equilibrio emocional de muchas personas depende de lo a gusto que se encuentren con su trabajo, la seguridad que éste les aporte y las expectativas de que les pueda acompañar el resto de sus vidas. Esta mayoría tiene en su profesión lo único que saben hacer para ganarse el pan. (y la hipoteca, la luz, el teléfono, el colegio de los niños y el agua entre otros)

Las sociedades no se están preparando para ofrecer alternativas a vidas laborales breves. Hombres y mujeres que alrededor de los treinta y cinco años, no podrán continuar ejerciendo la profesión para la que las familias y los estados se gastan grandes cantidades en formación, sin la previsión de diversificar el riesgo. Porque la elección de una profesión suele ser una apuesta de todo o nada.

A las razones externas de la obsolescencia profesional, se suman otras de carácter más personal, como el simple y llano desencanto. Casi siempre ocasionado por el extraño y descabellado sistema por el cual, la vocación no es tomada en cuenta a la hora de asignar las plazas de formación técnica y universitaria.

Las ciudades están llenas de médicos y arquitectos vocacionales que se ganan la vida con la menos mala de las profesiones a las que pudieron optar por sus índices académicos. Siempre que tengo la oportunidad de visitar a un cliente, trato de indagar lo que le hubiese gustado hacer, en lugar de lo que hace, y las respuesta casi siempre van precedidas de un suspiro de resignación. Mira si he visto aviadores, docentes, militares, choferes de autobús, músicos, agrónomos, periodistas y escritores que murieron en etapa embrionaria.

Independientemente de las razones por las que una persona comienza a divisar para su profesión un futuro desalentador, las sociedades, a través de sus gobiernos, deberían estar preparándose para ofrecer alternativas. Como la posibilidad de desarrollar, tal vez de forma paralela o más espaciada en el tiempo, profesiones de respaldo, que permitan que una porción importante de sus ciudadanos puedan dar un nuevo aire a sus vidas laborales. Más aún, cuando muchos países están considerando el aumentar la edad de jubilación para salvar sus sistemas de seguridad social. Esto ya existe en profesiones que no tiene formación universitaria pero si etapas y soluciones de continuidad. Incluso en la desagradecida profesión de deportista, se puede pasar a ser entrenador, comentarista, empresario deportivo o especulador inmobiliario. Pero la formación más costosa, la universitaria, carece de un diseño esperanzador.

Otra alternativa es el fomento del prestigio social de la formación no universitaria. Desmitificar el título, que por el camino que va, sólo quedará para consolar al abuelo que siempre quiso tener un graduado universitario en la familia.

La resignación es una constante el la vida, pero tiene varias especies. La peor y más tóxica es aquella que condena a una persona a sustentarse en el planeta, haciendo de forma consciente precisamente aquello que no le gusta hacer.