Pequeñas Tragedias Veraniegas VII

He pasado la noche en el aeropuerto. Desde ayer por la mañana, cuando me disponía a iniciar mis vacaciones, no ha despegado ni un solo avión. Esto es un caos. No hay Ley ni Dios. Esto parece un aeropuerto del tercer mundo, bueno, eso dice la señora de falda floreada que no ha parado de hablar y quejarse toda la noche, aunque tenga poca pinta de haber visitado algún aeropuerto del tercer mundo. No sé, me resultó una opinión muy a la ligera.

Todo comenzó sobre las cinco y treinta de la mañana, cuando los vendedores de periódicos de los kioscos distribuidos por las instalaciones, decidieron, en reivindicación de sus derechos laborales, que en ningún caso contemplan desembalar de los cartones, como cortesía a los clientes, las revistas que vienen con coleccionables, decidieron decía, invadir las pistas del aeropuerto, ante la atónita mirada de las autoridades.

Un rato más tarde, en medio del desconcierto, los embaladores de equipajes, en demanda de equipos automatizados que no les obligasen a agacharse para precintar los equipajes, se encaramaron en los aviones y pintaron de negro las ventanillas de las cabinas de los pilotos. Simultáneamente, los empleados que ordenan y reponen los carritos que los viajeros utilizan para acarrear el equipaje, pinchaban los neumáticos de los aeroplanos, en protesta porque se les obligase a empujar largar filas de carritos por el aeropuerto, sin contar con seguro a terceros y estando expuestos a demandas por parte de los pasajeros.

Los chicos y chicas del catering, que desde hace mucho tiempo están detrás de una indemnización por exposición a los vapores del queso azul que se sirve en primera clase, decidieron, como medida de presión, cambiar las etiquetas de los equipajes, con el consiguiente desmadre balístico (de balas quiero decir.)

Pero lo que más desasosiego me causó, fue la estocada final por parte de los mesoneros, en esta sucesión de protestas: Secuestraron los vasos, cubiertos y servilletas de todos los restaurantes; con la desagradable consecuencia de tener que beber el café con leche en las botellas usadas de agua mineral, comerse el arroz a mano desnuda y limpiarse la boca con la manga de la camisa: ¡Por Dios, como en el tercer mundo!


Nota del Cartero:

Fotografía tomada de www.pixalia.net, bajo licencia Creative Commons.

Pequeñas Tragedias Veraniegas VI

Me dijo que no me preocupara, que eso era sólo la primera impresión, que con el tiempo me haría a la idea, que él tenía un año pensándolo y que era lo mejor. “Es que necesito mi espacio, Chelo” me soltó, luego de engullir el desayuno que como devota a su santo le he preparado, no como obligación por favores recibidos, sino como un derecho adquirido y del que jamás recibí ni el milagro de las gracias. Me pidió el divorcio mientras se limpiaba la comisura de los labios, con naturalidad, como si comentara el partido de ayer.

Que habían sido treinta años de matrimonio, mucho trabajo y tres hijas, que quería vivir… y quién sabe – alegó con sonrisa de bucanero- “tal vez hasta encuentro el amor de mi vida.” O al menos fue lo que entendí, porque me lo dijo ya en el baño, mientras se lavaba los dientes y con esa sombra de duda que produce la espuma del dentífrico. Esa era una costumbre de su marca personal: cuando quería decir algo que podría revertirse en su contra, me lo decía lavándose los dientes, como una manera segura de poder negarlo después.

Yo… que quieres que te diga, ya las niñas se habían despertado y tenían que irse a la universidad. Estaban las camas por hacer, servirles el café y envolverles el bocadillo para media mañana. Que es que están en exámenes y a las pobres no les cunde el tiempo. Así que al pasar frente al frigorífico, cogí el papelito donde anoto las cosas de la compra y apunte: Respuesta para Agustín.

Porque eso es lo bueno que tiene hacer la compra, me da tiempo para buscar respuestas, pensar y pedirle consejo a los tomates.

Me dijo que no me preocupara, que por su parte quedaríamos como amigos, el se iba de casa a un pisito de soltero, pero que no era necesario romper la comunicación después de tantos años, que no valía la pena. Que él podía pasarse los fines de semana a traer la ropa sucia, ver a las niñas y llevarse comida para la semana y que al principio, mientras me acostumbraba y como un gesto de buena voluntad, podía pasarse a cenar todas las noches.

La Conchi me dijo que no le diera gusto a ese vejestorio, y que si quería experimentar la «libertad» que asumiera las consecuencias. Desde ese día dejé de cocinarle, lavarle, almidonarle las camisas, reponerle el papel higiénico y darle las friegas para el lumbago. Y si me hubiese olido antes esta puñalada, hubiese resucitado hace tiempo.

Para qué te voy a engañar. Los primeros días cuesta, pero cada vez que me acordaba de aquello de “encontrar el amor de su vida”, me sobreponía con mucha facilidad. El odio, a mis años, es como el gynseng.

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Nota del Cartero:

Fotografía tomada de www.pixalia.net, bajo licencia Creative Commons.

 

Cristina (o yo) quiere un papel

Mientras se desayunaba su primer bostezo, Cristina me secuestró la atención con un aclaramiento de garganta inusual. Aunque a esas horas me cuesta diferenciar entre la realidad de la cama y la fantasía del mundo real, había algo que no me resultaba familiar. Me gustaría que mi hijo viniera al mundo en una familia. Levanté la cabeza de la almohada con los ojos achinados, no de asombro por lo que Cristina acababa de decir, sino por el reflejo retrechero de un sol-abuelo, de esos que van por las habitaciones levantando a los nietos que no pueden arremolonarse ni en vacaciones.

Cristina es infinita, pensé. Aún había un algo de fondo que le dejaba un aire forastero a esa mañana, pero no podía dejar a Cristina sin réplica ante una afirmación así de contundente, porque ella interpreta mis silencios como resignación y aunque siempre tiene razones para hacerlo así, hoy no era el caso. A ver Cris, ¿y que se supone que somos tu y yo? Comenzó la disertación a la cual le di pie, a la par que cogía del armario su falda escarlata. Tú eres el chico con el que salgo, mi pareja, mi cuarto de mandarina, mi compañero inmobiliario o incluso mi novio, pero definitivamente no somos una familia. Para ser una, haría falta el trámite del altar. A una familia la crea un contrato por escrito, no un acuerdo de palabra. La rige la obligación, no el voluntarismo. Por favor cariño, la familia es distinta porque la protegen las apariencias y se mantiene unida por la tozudez y el amor propio.

Antes que siguiera, me incorporé definitivamente y adopté la posición serena de quien ha descubierto una patraña. Sólo había una explicación para tanto despropósito junto. Esta no podía ser mi Cris, y en efecto no lo era, porque mi Cris, no bosteza.

Mientras me desayunaba mi primer bostezo, Cristina me secuestró la atención con un zarandeo no acorde con su estado de gestación, me descobijó los pies (sin ellos a cubierto no puedo seguir durmiendo) y me recitó resignada su poema matutino: ¡Levántate que son las seis y apaga de una vez el bendito despertador!

Pasé todo el día en el andamio, reflexivo de profundidad. ¿Sería justo para con mi hijo, el que viniera al mundo sin que Cristina y yo formalizásemos lo nuestro? Yo pensaba que éramos una familia, pero Cris, aún en sueños, suele tener razón y sin el papel pareciera que decirse una familia es como intentar pagar un café con los billetes del monopoly. Mi hijo, como todos, vivirá del qué dirán, de las apariencias, de las frustraciones ajenas y del estreñimiento de envidia de los vecinos, vamos, del kit de supervivencia occidental y yo ni siquiera le podría dejar en herencia una familia de la cual despotricar de mayor, tener conflictos decembrinos y reconciliaciones en directo en el Diario de Patricia.

No sé que hacer, será mejor que lo hable con Papá, que aunque habla poco, arma bronca por navidades; se lo pasa comparándome con el hijo del vecino (el que estudió) y me dice que limpiar ventanas no es trabajo, es la única familia que tengo.

Vida inmobiliaria
Cristina se ha vuelto loca.
Cristina y el Porno (y Antonio).
Cristina ronca como un camionero
Pequeñas Tragedias Veraniegas III (Concepciones)
Somatizado
Cristina es mi Viceversa